Mikio Naruse es uno de los más grandes directores de la historia del cine. Sin embargo su amplia filmografía que abarca 90 títulos no se encuentra tan difundida en occidente como las obras de los otros grandes cineastas japoneses clásicos (Yasujiro Ozu, Akira Kurosawa y Kenji Mizoguchi). Su cine aúna lo mejor de estos maestros: un estudio desde la sencillez y el silencio de la transición tradición/modernidad que tuvo lugar en el Japón de la post-guerra (como Ozu), una profunda y compleja mirada femenina en la que la mujer es el centro de la historia buscando la libertad en una sociedad dominada por el hombre (como Kenji Mizoguchi) y un estilo de rodaje y dirección de actores que se apoya en unas transiciones que fluyen como la corriente de un río con objeto de captar el plano perfecto (Akira Kurosawa fue ayudante de dirección de Naruse y como buen alumno adquirió su estilo de rodaje caracterizado por empalmar planos cortos que hacen circular la historia de manera magistral).
Sus historias, rodadas con escasos medios económicos, están dotadas de un pesimismo tranquilo siendo protagonizadas por unas mujeres que se rebelarán contra lo establecido, mostrando asimismo el menoscabo de esas relaciones familiares tradicionales infectadas de convencionalismos sociales. El silencio será otra seña de identidad de su cine. Una resignación, ostentada por los personajes protagonistas de sus intensas epopeyas, que brotará dando lugar a situaciones de profunda tristeza y decepción. Naruse critica al dinero como fuente de pesar, forjando de este modo con este sentido de denuncia un canto a la humildad y al minimalismo como vía de escape a la deprimente realidad urbana que esclaviza y destruye los vínculos familiares. Su cine se nutre de lo cotidiano para mostrarnos los complejos márgenes por los que discurrirá la vida como un torrente de pasiones y emociones.
Hermano y hermana es un perfecto ejemplo para aproximarse al cine de Naruse. Se trata de un crudo melodrama rodado a principios de los años 50 que relata la historia de una familia de clase media caída en desgracia que vive en un pequeño pueblo rural próximo a Tokio. La primera secuencia nos describirá a unos niños nadando en el río presentando de este modo al cabeza de familia, un veterano llamado Akaza dueño de una cantera de piedra desaparecida por los avances del progreso. Akaza regenta con su mujer Riki una mísera tienda de comestibles. La familia la completarán los tres hijos del matrimonio, unos vástagos poseedores de personalidades divergentes. El hijo mayor Inokichi, vago y pendenciero, malgasta su vida entre putas y su trabajo de grabador de nombres en tumbas vertiendo su rabia interior contra su hermana Mon, una joven con la que tuvo en su infancia una relación más próxima a la maternal que a la fraternal. La hermana mediana Mon retornará al hogar desde la capital embarazada y sumida en la vergüenza de sus pecados urbanos. La hermana pequeña San (interpretada por la musa del cine nipón Yoshiko Kuga) se destapará como una muchacha dócil, sumisa y de buen carácter que estudia enfermería gracias a los ingresos que aporta al hogar Mon (dinero cuya procedencia será motivo de sospecha de Inokichi). La mala reputación que acarrea a la familia la situación de Mon será un obstáculo para que San pueda casarse con el hijo adoptado del comerciante de la tienda de pastas competidora del establecimiento familiar.
A medida que se desarrolla la historia, asistiremos a las borracheras del padre, un hombre cuya dignidad se encuentra mancillada por el estado de gestación de su hija y por el fracaso económico y familiar que ha sido su vida, a los esfuerzos de la madre para que sus hijos Mon e Inokichi vuelvan a tenerse el afecto que se profesaban de niños y que la pérdida de la inocencia ha dinamitado y al odio desenfrenado que Inokichi profesa a su hermana Mon a la que tilda de prostituta por haberse quedado preñada sin haber contraído matrimonio. Y en todos estas situaciones, San será la testigo que presenciará el desmoronamiento familiar con resignación, renunciando a la felicidad que le hubiera propiciado su matrimonio concertado con su desleal novio.
Naruse hace gala de su portentoso talento formal combinando extraordinarios y salvajes planos filmados en exterior, siempre con el río presente como testigo silencioso del paso del tiempo, con unos intimistas planos rodados en interior magistralmente montados que servirán de apoyo para manifestar la explosión de las pasiones desaforadas en el seno de la familia. Destaca por la fuerza dramática de su puesta en escena la feroz pelea final que tendrá lugar entre Inokichi y Mon. Una secuencia que asusta en virtud de su extrema violencia física y psíquica no dejando límites a ninguna concesión. Igualmente reseñable será la escena donde el novio de San arriba a la casa de la familia para disculparse por haber roto su compromiso, revelándose la dignidad y resignación de la hermana pequeña de la estirpe protagonista que será descompuesta por el salvajismo de un Inokichi quien ultrajará al prometido de su querida pariente como acto de venganza. Sobresale igualmente el juego que dispone Naruse a través de una narrativa temporal que emplea unas poderosas elipsis para romper una historia lineal engarzada mediante inapreciables saltos temporales.
La cinta posee las grandes virtudes del cine de Naruse, forjando un espléndido retrato que exhibe esas cadenas y dependencias que persiguen a unas mujeres que tratan de rebelarse contra esa esclavitud aún presente en la moderna sociedad japonesa de posguerra. Del mismo modo la cinta presenta con talento ese choque entre modernidad y tradición (modernidad que ha traído la ruina económica a la familia protagonista) señalada en las vestimentas de San (occidentales) en contraposición con las de Mon, siendo la personalidad de San muy tradicional (vistiendo occidental) frente la mentalidad moderna de Mon (con ropajes a la vieja usanza japonesa).
Película deprimente y demoledora, hilvanada con un académico y sublime montaje y un contorno visual ciertamente inolvidable, Naruse reflejará a través de esta obra etiquetada por algunos críticos como menor esa hipocresía presente en las modestas familias de la pujante clase media japonesa. Sin ser tan conocida como las magistrales Nubes dispersas, Nubes flotantes, Nubes de verano, Tormento, Madre, A la deriva, La voz de la montaña, Cuando una mujer sube la escalera o Crisantemos tardíos, Hermano y Hermana se alza como un excelente ejemplo del buen hacer de Mikio Naruse que construyó una obra que no deja indiferente merced a su belleza y complejidad. Un fresco que desenmascara esas relaciones imperantes en todas las sociedades marcadas por el odio, el amor, la felicidad ,el fracaso, la tristeza, la depresión, la pasión, la renuncia, la resignación, la melancolía, la familia… es decir, la vida.
Todo modo de amor al cine.