Una época pretérita, el protagonismo de una joven mujer que padece sobre su propia piel (y psique) los estigmas de una sociedad patriarcal y religiosa como si de un manto indefectible se tratara, el horror como elemento deformante de una realidad alienada… en efecto, no son pocos los elementos que conectan la multipremiada El baño del diablo (Veronika Franz & Severin Fiala, 2024) con esta Heresy (Witte wieven) que nos ocupa. No obstante, no sé encuentran muchas más concomitancias lejos de esas líneas articulares que puntualizan y definen el carácter de ambas obras: mientras una aboga por la progresión dramática (y psicológica) gradual, como si de un estado se tratase, la otra construye un film de género al uso, más directo, en el que lejos de la composición de atmósferas densas y/o barrocas, nos encontramos ante un relato que avanza con presteza y que realiza pocas concesiones; en ese sentido, el pragmatismo narrativo del que hace gala el debutante Didier Konings supone un valor a tener en cuenta, y si bien en ocasiones la sensación sea de amontonamiento de temas o alguna que otra subtrama, lo cierto es que el neerlandés casi siempre posee el control de una narración que también se apoya en lo visual.
Konings da cita así a un imaginario particular en el que la omnipresencia tanto de símbolos de cariz religioso como de ese frondoso bosque que oculta más de lo que aparenta nutren una mitología propia que va mas allá de lo explícito que pueda llegar a ser su horror, dando pie a escenas puramente ambientales —como el instante en el que la protagonista se pierde en el bosque y el cineasta entabla un atípico jugueteo visual en el que quizá pesa no disponer las herramientas pertinentes para desarrollarlo en toda su extensión— que emplean elementos como la oscuridad o la bruma para afianzar una puesta en escena que, pese a la inmadurez que se podría advertir en un debut, apunta maneras. Y aunque quizá Heresy busque las veces consolidar aquello que sus imágenes establecen mediante algún diálogo más expositivo, cabe destacar la firmeza con que se sostiene en más de una ocasión, logrando que sus ideas atraviesen con fuerza la narración, exponiendo un cine aun por eclosionar, que sin embargo despliega algunas de sus claves sin llegar a parecer que estamos ante un batiburrillo dadas las constantes que maneja su autor.
Es posible que nos encontremos ante una obra con múltiples defectos, de entre los que destaca esa propensión a lo gráfico que sostiene en algún instante, y que empobrece su trabajo visual —en especial, por la presencia de un CGI demasiado grosero—, pero pese a todo cabe recalcar que estamos ante una propuesta que no siempre toma la decisión más cómoda y que no se encuentra exenta de riesgos, cobrando una personalidad que si bien no termina de afianzarse a través de un pulso las veces errático, cuanto menos sobresale para advertir que Heresy no es otra de tantas, o por lo menos no lo pretende. Puede, en efecto, que el cineasta no llegue tan lejos como desearía, y sin embargo presenta una pieza memorable en el sentido de saber concretar sus intenciones sin que todo funcione a la perfección; o, dicho de otro modo, se atisban los mimbres de un cineasta que, de saber controlar mejor ciertos estímulos, podría llegar a dónde pretende: que el resultado acompañe o no ya dependerá de cómo matice esa representación que en su ópera prima a ratos se queda a medio camino, y a ratos otorga un carácter distintivo a la obra.
Larga vida a la nueva carne.