Zombies como comparativa emocional. Parece un estado de gracia utilizar los virus que de forma momentánea y sin preparación previa, aparecen para crear un nuevo estado de alerta permanente. Mucho se recurre a esta emancipación neuronal básica como recurso para hablar de la soledad o la valentía instintiva, y Rod Blackhurst intenta buscar su lugar entre todas esas propuestas con Here Alone.
Un mundo donde la humanidad ha dejado de existir como tal es la mera excusa para intimar con la protagonista, Ann, a la que desde el incómodo silencio de un frondoso bosque, que utiliza el director como un símil de protección, contemplamos subsistir sin una finalidad lógica.
Como un ritual seguimos sus pautas para conseguir comida y mantener lo que nos proponen como un hogar ante escasos flashbacks que nos indican que hay un pasado que le une al lugar. No algo prolongado en el tiempo, ni siquiera anterior al desastre viral del que nunca necesitaremos información. Es ella frente a la naturaleza, la muerta y la verde la que nos interesa. En ese sentido el silencio marca los tiempos para sosegar un relato que, de repente, se encuentra desprotegido al añadir a dos desconocidos sanos.
Poco a poco vemos como a Blackhurst realmente le preocupa la reinserción, volver a contemplar la posibilidad de una armonía entre extraños rompiendo esa burbuja de seguridad creada por Ann, al aceptar a esas personas que necesitaban un respiro en su viaje. Siempre al norte, como una dirección firme hacia ninguna parte que parece un paso básico para retratar esta huida de la muerte.
En pocos minutos queda claro que seguir unas tareas rutinarias de subsistencia son una protección necesaria para la protagonista, a la que le resulta innecesario seguir adelante de otro modo. Sólo existir es suficiente cuando no hay nada por lo que luchar. Pero lentamente se ablanda el relato, requiere de ese punto de inflexión que dignifique la palabra empatía y se acomoda en la emoción, abandonando esa atmósfera creada a partir de un diario de náufrago, y aunque los diálogos siguen siendo simples, escasos, los ritmos a los que se mueven los tres personajes plantean otros caminos que, yendo más allá de la necesidad de “seguir con vida” les hacen cuestionarse la necesidad de “vivir”. Parece difícil apreciar la diferencia, pero la película sabe transmitir ese antes y después.
La comparativa emocional surge aquí para motivar la existencia de una redención, como si intentara analizar el porqué de la aceptación del humano a seguir una penitencia que nadie le ha impuesto. En ese sentido abusa de la reflexión y olvida sus formas esquivas para arrojarnos todo el drama como uno de esos cubos de orina con los que camuflan su olor. Cuanto más humaniza a la protagonista más nos acerca a un pasado, dando importancia sólo a su drama aunque nos relate de forma extendida el vivido por otros. Son sus decisiones las que reformulan a cada paso Here Alone, a la vez que los factores externos son los que modifican su comportamiento.
Como un ejercicio donde calibrar la soledad y la necesidad de los otros para comprometerse con la necesidad de seguir, Here Alone tiene un avance lento pero seguro, afianzando su intención de crear un mensaje más allá de ser otra post-apocalipsis que resistir, aunque este año sea difícil destacar entre tanta propuesta donde lo emocional y lo social aflora desde un punto de partida similar, la destrucción de esa idea de simpatizar con el humano.