No cabe ninguna duda de que Her gusta de presentarse a si misma como una película emocionalmente inteligente, sentimentalmente profunda y sin embargo capaz de enfocarse sobre la problemática de la relación amorosa desde unas perspectivas originales.
Dicho esto, sí, Her es brillante en su idea, y en su plasmación visual. Su capacidad para generar contrastes entre la frialdad de una ciudad impersonal y la calidez de los sentimientos, o la delicadeza con que Jonze desliza los planos a ritmo de mecedora es más que encomiable. Pero todo ello tiene de alguna manera el sabor de la impostura, de la flagrante trampa al solitario, de juego ventajista.
¿Como no se va a adorar a Joaquin Phoenix? Sí, su interpretación está llena de ternura, como si fuera un osito de peluche maltratado buscando dueño para ser abrazado. Pero más allá de ello, del catatonismo emocional necesitado de rescate, ¿hay algún matiz más? No. Es sencillamente una veleta apersonal puesta para empatizar con ella sin fisuras. No hay dibujo, no hay profundidad, solo un eco de todo ello. Y es cierto, enamorarse de la voz de Scarlett Johansson es inevitable, pero hay que reflexionar sobre ello. ¿No hubiera sido mejor contar con una voz anónima para tal menester? Porque entre la asociación inmediata con la imagen de la Johansson y su tono permanente de linea erótica resulta una quimera no caer rendido a sus encantos.
Sí, Her funciona porque el envoltorio es bonito, porque al final da gusto sentir que se puede hablar de como el amor rompe, hace renacer y vuelve a romperte sin caer en lo tópicos de siempre y porque hay algo en esta melancolía visual que conecta con alguna historia que seguro que todo espectador ha vivido. Sin embargo esta fuga de la convencionallidad se va lastrando por la confusión demasiado común entre ser original y modernear sin control. Filmar planos que copian a la Sofia Coppola de Lost in translation sin vergüenza alguna, poner una banda sonora de Arcade Fire, son cosas que, de alguna manera, no desentonan pero que acaban por ir cargando paulatinamente. Sobre todo porque denotan un exceso de ganas de demostrar lo «arty», inteligente que resulta el film, cuando solo por su planteamiento ya nos habíamos dado cuenta de ello.
No obstante estos detalles de trilero cinematográfico con glamour que nos ofrece Spike Jonze no son suficientes para condenar a Her a los abismos de lo execrable. Más bien nos hallamos ante una película que supone una excelente aproximación tanto al mundo del género romántico como al análisis de las relaciones humanas en el mundo de internet y las nuevas tecnologias. En el fondo Her podría ser un contrapunto afilado al Don Jon de Joseph Gordon-Levitt al poner de relieve que la no presencia física del amor no tiene porque suponer menor autenticidad. Un canto al amor, quizás un tanto onanista en sus formas, pero al fin y al cabo tan suave y delicado que resulta (casi) imposible no adorar, o al menos disfrutarlo.