Las profundas carreteras en mitad de la nada son, por derecho propio, uno de los elementos indisociables del cine de género. La mejor opción posible es sortearlas en busca de una senda alternativa o, en su defecto, no parar ni un minuto en ellas. Peor es cuando se te avería el coche, como a los protagonistas de Helsinki Mansplaining Massacre, una joven pareja que irá a dar de bruces con uno de esos caserones donde la palabra ‹redneck› cobra una nueva dimensión.
Lejos de sugerir una condición que suele ser proclive a deslizarse paulatinamente, Ilja Rautsi opta por la vía de la hipérbole, dibujando desde los primeros compases una enajenación vertida tanto en una puesta en escena atrevida y delirante, como en un manejo del plano cuya expresividad habla por sí sola.
El debut del cineasta finés se define, de este modo, a partir de un aparato formal que pronto desvela sus intenciones más allá de lo ya suscitado en el título, otorgando de manera inmediata los incentivos necesarios en la extravagante visión de los personajes que pueblan el lugar, haciendo de lo que parecía una afable oferta de alojamiento, algo más cercano a un tan particular como demente infierno.
En efecto, estamos ante un cortometraje obvio, que no esconde en ningún momento sus intenciones y se dirige de forma certera hacia su vertiente genérica. Lo hace, de hecho, de tal modo que ni siquiera busca un pretexto adecuado al contexto en el que se mueve; y es quizá en esa mirada desprovista de todo atavío, donde encuentra los estímulos necesarios para trasladar una barroca puesta en escena al más explícito de los terrenos. No obstante, la violencia se muestra, tal y como su planteamiento formal aduce, grotesca e incluso cercana a un ‹grand gignol› ya expuesto desde el momento en el que Essi, la protagonista, se vea abordada por un grupo de paletos que no busca sino imponer la perspectiva propia.
Helsinki Mansplaining Massacre expone la visión de un autor apto para moverse con soltura entre imágenes que surgen del exceso y se construyen a partir de una iluminación expresiva, repleta de contrastes, y el elocuente uso del plano, cimentando así un cine por cuya concepción es difícil no quedar extrañamente fascinado. Estamos, pues, ante un autor que, de ser capaz de trasladar tal imaginario a otros contextos, bien podría transformarse en uno de esos nombres a seguir irremediablemente dentro del cine de género en los próximos años.
Larga vida a la nueva carne.