Lee Kang-sheng es conocido principalmente por su participación como actor en todos los filmes de su compatriota Tsai Ming-liang. Su rostro inexpresivo con melancólica mirada es el acompañante ideal para el excéntrico y transgresor universo del director taiwanés. Un actor que también se atrevió a dar el salto a la dirección con dos películas. The missing (Bu jian) supuso su debut como director en el año 2003, con guión compartido del propio actor y director, y producción del director de The hole, pero eligió unos caminos más diferenciados del peculiar lenguaje cinematográfico de aquel. En su segundo trabajo, Help me eros (rodada en 2007), Kang-sheng, además de protagonizarla, también escribió el guión y dirigió, utilizando unas constantes muy similares a las de su maestro (que también participó como productor ejecutivo y diseñador de producción); especialmente a El sabor de la sandía gracias a la trascendente presencia del sexo, cambiando las sandías por el humo de la marihuana, aunque los alimentos también tienen su pequeño espacio sexual. El segundo filme de Kang-sheng narra una historia que según el propio autor está dotada de una parte autobiográfica sobre una etapa oscura de su vida, y tiene como escenario a la industrializada y deprimida ciudad de Kaohsiung.
La cinta arranca con el personaje interpretado por el propio director en una escena con un evidente sentido metafórico sobre su situación, observando un programa de televisión donde un cocinero hace rebanadas y fríe a un pez que todavía se mantiene vivo, a duras penas, mientras los morbosos presentadores se preguntan qué debe pensar el pobre pescado. El individuo que presencia este escabroso programa televisivo es un corredor de bolsa que vive en un apartamento pudiente y lo ha perdido todo (incluido la novia) por culpa de la congelación de sus acciones. Por ese motivo, tiene que empezar a vender sus posesiones para subsistir, aunque hace caso omiso del orden de desahucio de la puerta, y sigue viviendo en su apartamento.
El protagonista emprende un camino con intenciones autodestructivas, amparado en el excesivo consumo de marihuana que tiene plantada en un armario; y comienza a desarrollar una atracción virtual por la consejera (de quien no es consciente sobre su sobrepeso) de un servicio de atención telefónica al suicida. El nombre en el chat del fumador compulsivo es «Divina marihuana», mientras que el de la oronda consejera es «Pastelito». Curiosamente, ésta es la esposa del chef televisivo de cocina exótica; un individuo con evidentes inquietudes homosexuales que parece una mala influencia para los kilos de su mujer porque la utiliza como degustadora de todos sus experimentos culinarios, quien rehúye de cualquier contacto íntimo con ella, provocando su desesperación. El protagonista vive en un apartamento al lado de una especie de restaurante o bar pseudo-erótico, cuyas atractivas dependientas, ligeras de ropa y con un calzado kitsch, parecen prostitutas o strippers en lugar de tenderas; vestidas de ese modo con la intención de atraer a la clientela.
Help me eros es una propuesta que incide en la presentación de una sociedad enferma, vacía y superficial en medio de la crisis económica galopante que nos está tocando sufrir, amparada en la comercialización de los sentimientos; que propician la sensación de depresión y fracaso personal entre sus habitantes. Pero, por encima de todo, es un relato sobre la búsqueda del amor y del placer, en sus múltiples vertientes, para atenuar la soledad. A pesar de la importante presencia sexual, el único afecto auténtico que tiene lugar en esta provocadora cinta es el que procesa su protagonista hacia las plantas de marihuana (a las que les habla con cariño, e incluso les hace una especie de discurso religioso para que crezcan sin problemas). Kang-sheng lleva a cabo una propuesta desconcertante, delirante y sugerente, que además del citado retrato acertado de la alienación y el aislamiento de la gran urbe, destaca por la exposición de un erotismo creativo y transgresor en las escenas de copulación en posiciones acrobáticas, aderezadas con unos efectos visuales muy sugerentes; siempre con un tono resplandeciente gracias a la constante aparición de las luces de neón.
Aunque son inevitables las comparaciones con el universo de Tsai Ming-liang por la presentación de la alienación que dificulta las relaciones humanas a través de los gestos y las miradas, y el tono excéntrico de las situaciones, se percibe mayor calor humano y emocional en sus relaciones (esencialmente porque se comunican más verbalmente, aunque también sean seres silenciosos). A diferencia de buena parte de las películas de su mentor (a excepción de la reciente Stray dogs), la crisis personal del consumidor de marihuana se debe principalmente a la ruina económica que padece, aunque el resto de personajes tampoco parecen disfrutar demasiado con su existencia. El sexo sigue apareciendo como un trance desgarrado en el cual cohabita la fogosidad por saciar las ansias sexuales y la necesidad de calmar el vacío existencial que corroe a estos solitarios personajes que viven al límite y también deambulan en pantalla como si fuesen almas en pena. Una de las diferencias respecto al universo de Ming-liang es el uso de acompañamiento musical con un piano suave en unas fases y música tibetana para las escenas sexuales oníricas que también aparece en las fases más tórridas que no implican ensoñaciones «marihuaneras».
El pesimismo y la frialdad subyacen en todo momento en el discurso de la película, pero Kang-sheng se hace valer de multitud de situaciones antológicas, atoradas de un bizarro tono humorístico. Nada más empezar nos presenta a un camionero, a quien vemos a través del retrovisor, masturbándose mientras pide ayuda a una de las chicas de ese extraño establecimiento para acelerar el proceso (al más puro estilo Harvey Keitel en Teniente corrupto). Lo más desconcertante es la presencia de ese extraño restaurante que tiene una cabina exterior, ligeramente elevada, que ejerce las funciones de quiosco, donde venden tabaco, bebidas y nueces de betel (un potente estimulante natural, al parecer bastante nocivo para la salud, que usan frecuentemente los operarios de fábrica y camioneros taiwaneses). El garito, ubicado para atender a camioneros y transeúntes, tiene una barra parecida a las utilizadas en el striptease, desde la que se desliza la dependienta para llegar al suelo cuando sale al exterior, como si fuese un bombero en plena acción. Por no hablar de la escena estrella en cuanto a sordidez, donde la solitaria consejera trata de saciar sus desesperadas ansias sexuales en la bañera con un inusitado acompañante marino. Incluso un tema tan delicado como el intento de suicidio es tratado de un modo estrambótico, e incluso poético.
El erotismo en el cine no suele salir muy bien parado, pero Kang-sheng y Ming-liang (en mayor medida) han sabido dar en la tecla con un enfoque kitsch y excesivo. En Help me eros ese tratamiento sexual tiene el complemento constante de la marihuana. Una droga que, dependiendo de la personalidad del consumidor, puede desinhibir y aumentar la excitación durante el acto sexual; aunque también puede provocar un efecto contrario. De hecho, hay algunas culturas asiáticas de siglos atrás que la consideraban como un afrodisíaco muy eficaz, y hay otras que la trataban como una droga disminuyente del apetito sexual. Es de agradecer que el director no dote al relato con manidas intenciones moralizantes sobre el abuso de las drogas y el sexo. Su ensalzamiento del uso de la marihuana (los personajes en lugar de besarse comparten boca a boca el humo alucinógeno en diferentes variaciones) es bienvenido en unos tiempos en los que fumarse un cigarrillo (con o sin aderezos) en pantalla (o fuera de ella) parece un crimen contra la humanidad. El repertorio sexual del segundo filme de Kang-sheng, además de efectuar algún pequeño guiño cargado de THC y erotismo al Blow-up de Antonioni, coquetea en un par de pasajes puntuales con el «softcore porn», prescindiendo de otorgar la trascendencia tan habitual, y casi quirúrgica, en el cine pornográfico convencional hacia los primeros planos de los órganos sexuales, que aquí siempre son obviados de un modo sutil gracias a la posición de la cámara.
Help me eros es una experiencia minimalista, reflexiva y sensorial que necesita de bastante complicidad por parte del espectador, ya que está plagada de simbolismo y abstracción, dentro de un envoltorio con claras intenciones artístico-conceptuales. Una obra que destaca esencialmente por la creatividad en el plano visual, sobre todo gracias al contraste entre el mundo real y el onírico presente en la primera mitad y a las escenas de sexo de la segunda parte de la cinta. Las ensoñaciones psicotrópicas sirven para mostrar cómo queda prendado el personaje de Kang-sheng por la vendedora de nueces de betel, y gracias al potente efecto de la marihuana empieza a tener fantasías sexuales con su consejera en el cuerpo de la bella tendera. También resulta encomiable la capacidad que tiene el director para transformar un final bastante perturbador en una escena onírica cargada de bello lirismo. Formalmente, utiliza unos encuadres extensos, distantes e inmóviles, jugando con las perspectivas. Unas instantáneas que también remiten a los de su mentor, aunque tienen una extensión menos incendiaria y están rodadas con menor virtuosismo. Su mayor problema es que ya existe Tsai Ming-liang, cuyo devastador discurso tiene mayor calado. No obstante, el director y actor taiwanés tiene el don de añadir pinceladas personales a ese marciano universo. Falta comprobar si en una hipotética tercera película continuará la senda de su maestro o se decantará por un estilo más diferenciado, como hizo en su debut.