Hay algo terriblemente romántico en la concepción de la historia narrada en Hello World. Y sí, por contradictorio que parezca “terrible” es la palabra. Terrible por ese dolor que parece ya ser canon en cualquier anime que se precie, como si la consecución del amor siempre tuviera que pasar por procesos que no dejan respiro ni tranquilidad. Pero también terrible porque todo ese dolor parece que sea necesariamente compensado por una dosis de azúcar i almíbar que deja un regusto raro, a historia impostada.
De alguna manera el anime de Tomohiko Ito intenta ir a rebufo de Your Name, al menos por las paradojas temporales y la dificultad ya no solo de “hacer ‹match›” con tu amor soñado sino de concretarlo en el tiempo y el espacio correcto. Y es que aquí ya no solo estamos ante una historia intertemporal, sino que el factor espacial en su versión de mundos virtuales también entra en escena, elevando la apuesta al cuadrado en cuanto a complejidad sentimental aunque, por desgracia, no tanto en su plasmación visual.
Partiendo desde un futuro cercano, Hello World nos propone un viaje sentimental donde entran conceptos como la búsqueda del amor deseado, las paradojas temporales y los peligros tecnológicos ante la creación de mundos virtuales. Una ambiciosa combinación de ideas que buscan su reflejo en unas imágenes coloristas, psicodélicas y, cómo no, demasiado saturadas en colores pastel para subrayar (que no contextualizar) los momentos románticos.
No se puede decir que Hello World no tenga sus momentos inspirados, pero adolece de graves problemas que lastran considerablemente su impacto. Fundamentalmente se trata de una combinación paradójica de un exceso de ampliación de tramas intentando reexplicar lo sucedido combinado con un despliegue narrativo confuso, en el que por momentos perdemos de vista dónde estamos entre tantos fuegos de artificio visuales. No obstante, eso no es lo peor del film de Ito, no. Lo verdaderamente preocupante es el bombardeo conceptual de la romantización del amor en cuanto a búsqueda de alma gemela y la vinculación que se hace con la tecnología.
Podríamos hablar de factores culturales inherentes al país de producción (y probablemente algo de eso hay) en cuyo caso nos hallaríamos ante un mensaje conservador, pero esa conexión con la tecnología en principio facilitadora para, posteriormente, ser desencadenante de todo tipo de desastres nos sitúa directamente en un plano donde lo tradicional deviene absolutamente reaccionario.
Así, Hello World no solo no funciona en su ‹timing› irregular o en su despliegue de recursos visuales sino que además resulta especialmente enojante por querer esconder su verdadero yo subtextual debajo de una inocente y colorista historia de amor. Amor verdadero e imperecedero, superación personal y peligro tecnológico (si no está debidamente controlado) se dan la mano para sumar un auténtico catálogo ideológico pernicioso e irritante. Evidentemente no podemos pedir que todo film responda a nuestros valores o maneras de entender la vida pero lo que sí se pide es un poco de honestidad a la hora de plantear la visión del autor y eso es precisamente lo que hace ver el film de Ito con desagrado: su falta de honestidad con el espectador.