Si algo hay que reconocerle a Bas Devos es su apuesta por un formalismo alejado de la simple postura que enfrenta el gusto del director con lo que quiere contar. Es decir, el aparato, la construcción de la(s) puesta(s) en escena tiene una clara intencionalidad, concretamente el de crear un constructo, un marco mental a través del paisaje, que condiciona y dirige la narración así como sus personajes.
Puede que este sea un film coral, de largos silencios y personajes ensimismados, pero fundamentalmente esta es una película que pivota en torno de un personaje central que lo condiciona todo: Bruselas. Efectivamente, este retrato geométrico, ofrece una imagen de la ciudad como un paraje de desolación, más cercano al páramo emocional que al movimiento vibrante que se le supone a una gran ciudad. Un transmisor, en definitiva, de un marco emocional que se proyecta en cada una de las almas que transitan, o mejor deambulan, por sus fotogramas.
Hellhole dista mucho de querer ser un film melancólico, anidando en su espíritu más bien una visión crítica y desesperanzada. Lo opaco, lo semioscuro está omnipresente sembrando un hálito que oscila entre la belleza decadente y la depresión existencial. La idea de Devos es, pues, la creación de un espacio tan hipnótico como alienante que, en cierto modo, funciona, pero no del modo esperado.
El problema fundamental radica en que la intención y su ejecución se captan rápidamente y, de la misma manera, se agotan. El film sufre, a pesar de su parca duración, de una iteración constante hasta el punto que, la alienación de la que hablábamos anteriormente se produce entre espectador y obra. No cabe duda que Devos no esculpe un film de fácil digestión, sin embargo la sensación que queda finalmente es que el mensaje, aún llegando alto y claro, se ahoga en su propia insistencia.
Estamos pues ante un producto que pone de relevancia la dificultad de conjugar el discurso de lo social con el formato no narrativo convencional. Resulta difícil sentirse implicado con la problemática expuesta ante un ejercicio tan denso y a la par de una obviedad que ni da respiro ni consigue intrigar lo más mínimo.
Así pues Hellhole (ya desde el título) parece el resultado de una buena idea y de una planificación excelente en la puesta en escena mezclado con una espiral de autoagotamiento argumental y de un estiramiento excesivo de un metraje que daba para un cortometraje de impacto pero no para un largo de estas características.
No obstante, a pesar de lo expuesto, vale la pena tomar el riesgo (y el tiempo, y la calma) de visionar un propuesta como esta. Diferente, a ratos impactante, a ratos bella y casi siempre bordeando el cine del tedio en el peor de los sentidos posibles pero aun así, de una manera paradójica, degustable. Ni que sea por el placer de asistir a un salto al vacío cinematográfico que puede dejar un regusto amargo de oportunidad perdida, pero nunca del peor de los males que pueden asolar un producto: la indiferencia.