Yoyes, el primer largometraje dirigido por Helena Taberna, tuvo su estreno en el año 2000. En aquel se acercaba a la figura de la etarra Lola Fernández, desde la ficción. Extranjeras, su segundo largo, es un trabajo documental que trataba sobre mujeres inmigrantes que residen en Madrid. La buena nueva es tal vez su drama más conocido, desarrollado durante la Guerra Civil española. Su penúltimo film fue Acantilado, un thriller desarrollado en las Islas Canarias, con una trama centrada en las sectas. Y ahora estrena Varados, sobre los refugiados que aguantan una larga espera para poder entrar a Europa. Entre todos los films citados se ubica otro documental, Nagore, centrado en la joven Nagore Laffage, una estudiante de enfermería que fue asesinada por un psiquiatra de la Clínica Universitaria de Pamplona.
Así se resume la filmografía de la directora navarra, natural del pueblo que marca su segundo cortometraje: Alsasua 1936. Si algo caracteriza su trayectoria profesional es una coherencia en la búsqueda de temáticas de corte social o con cierto interés en que tengan un eco humanitario. Coherencia mayor por alternar géneros de ficción con el cine documental entre un film y el siguiente. Eso sí, siempre dentro de un cine distribuido en salas comerciales que no resulta minoritario, más bien orientado al público, aunque no hayan tenido una suerte comercial masiva, porque tampoco eran producciones con ambición taquillera. Por esta razón la realizadora, así como guionista o colaboradora en el libreto de todas sus películas, además de ser productora en el caso de los documentales, deja pasar un tiempo razonable entre cada trabajo.
Nagore comienza con unas imágenes registradas por cámaras de vigilancia, en diversos lugares de Pamplona. La textura del video nos coloca en la vía de la realidad, pero con el contraste de una banda sonora suave, casi evocadora, que rehúye del tumulto o la cotidianeidad de los espacios mostrados. Los pasillos del hospital, las calles de la capital navarra durante los Sanfermines o la entrada de algún portal de viviendas. Posteriormente sabremos que son los mismos sitios en los que se buscaron indicios de la desaparición de la chica protagonista, pero en el arranque de la película son el apoyo para la cabecera y créditos de inicio. Este cambio de textura visual se refuerza durante el primer tercio del largo, una introducción en la que no es eludida nunca la tragedia del suceso que modula Nagore, pero en la que se que sus familiares, amistades, docentes y otras personas vinculadas usan el tiempo presente para referirse a ella, como si estuviera viva todavía. Asimismo el tono coloquial de casi todos, su naturalidad al recordarla y un tono de vitalidad positiva refuerzan la bondad, ganas de vivir y simpatía de la fallecida. Hasta que aparecen expuestas las pruebas usadas en el juicio, sobre un fondo blanco. Los objetos personales de la chica, encontrados junto a su cadáver. Mediante un encadenado entre las imágenes sucias y pixeladas del archivo de un informativo, que funcionan como transición a la imagen más cuidada del documental, se produce una ruptura del tono armónico del principio, solo coartado por algunos fragmentos de noticiarios televisivos autonómicos o voces en off de la policía.
Desde este momento la película se transforma en la crónica procesal del juicio al asesino de la joven. Con abundante material extraído de la sala de juicios y algunos testimonios de los padres, el hermano o del personal funcionario del Ministerio de Igualdad del año 2010. La película no decae en su interés sin necesidad de utilizar el morbo, la evidencia criminal o detalles escabrosos del caso.
El gran valor de Nagore se halla en la veracidad de lo sucedido, el tono afectivo pero no trágico en la aproximación al caso. Es cierto que la perspectiva de lo sucedido depende en gran parte del entorno de la víctima, es decir, de su madre, implicada generosamente en el metraje sin ceder a la tentación única de condenar al asesino. No hay tantos testimonios acerca del autor de los hechos porque para tal efecto ya existe suficiente metraje desarrollado en el juicio completo. Pero sí hay un momento terrorífico en la grabación de la reconstrucción de los últimos momentos de Nagore en el domicilio de su agresor. En escena se contrapone la cobardía y enajenación de él, frente a la frialdad y firmeza de una médico forense que trata de conseguir saber lo que sucedió entonces.
El documental es un producto modélico al buscar una equidistancia y objetividad prácticamente imposibles frente a un suceso tan dramático. Es cierto que por una parte se consigue esta fuerza con el juicio en marcha y unos hechos muy recientes, antes de que transcurrieran dos años desde la muerte. El objetivo de la directora enfoca la crítica hacia la violencia machista o de género, lo que se prefiera para llamar a esta lacra. Tan duro como todo lo que se relata en el film es que casi una década después continúen sucediendo estos asesinatos sin una contundencia ética unitaria que se oponga a estos crímenes por parte de todas las partes que estamos implicadas, ya sean juristas, políticos, machistas o nosotros mismos como sociedad.