Heartbeast (Aino Suni)

Lo primero que llama la atención del Heartbeast (2022), el debut en largometraje de ficción de la directora finlandesa Aino Suni, es el llamativo aspecto de su protagonista. Con su pelo corto verde y cierta androginia que se manifiesta también en su manera de vestir, Elina (Elsi Sloan) aspira a ser cantante de rap. Las circunstancias la obligan a mudarse junto a su madre y su nuevo novio a Francia, donde conoce a su hermanastra y bailarina Sofía (Carmen Kassovitz). Desde ese momento siente una gran atracción por ella. La película deja claro su gran contraste: mientras la primera subvierte los estándares de la feminidad y se expresa siempre libremente fiel a la búsqueda de si misma, Sofía lleva una doble vida en la que por un lado interpreta el rol de la hija modélica a la perfección —además de ser normativa y tradicional en su feminidad— y por otro experimenta con las drogas y disfruta de su sexualidad sin ataduras. Entre ellas se crea una relación con un gran componente de ambigüedad en los límites de su amistad, que se ponen a prueba rápido cuando los celos y las maquiavélicas maniobras de Elina exponen su otra vida a través de las redes sociales con un vídeo sexual que se hace viral. Una forma, quizá, de atraer su atención en el ámbito afectivo en el que es incapaz de desenvolverse igual que expresándose al componer canciones.

Luces de neón y una fotografía en la que los colores verde, naranja, morado y azul predominan especialmente en las secuencias nocturnas —con una estética e iluminación que podría recordar a las de Spring Breakers (Harmony Korine, 2012)—. Durante la noche es cuando el personaje de Elsi Sloan puede expresarse tal como es, donde sus canciones inspiradas en experiencias propias y los sentimientos que alberga hacia Sofía tienen su lugar. Pero la relación entre ambas lo único que hace es deteriorarse progresivamente según surgen los desencuentros. Elina conspira contra cualquier persona o situación que pueda alejarla de ella, llegando incluso a poner su vida en peligro al manipularla psicológicamente en las pruebas de acceso de una prestigiosa academia de danza. Aquí cabría preguntarse si esto se podría etiquetar de una relación “tóxica” o simplemente del reflejo fílmico de los detalles de actuación de una persona entre el trastorno narcisista de la personalidad y la sociopatía. ¿Por qué Sofía sigue confiando en su nueva hermanastra a pesar de todas las señales que le indican que debería cortar toda relación? A nivel de relato la justificación parece determinarse exclusivamente porque Elina es la protagonista, la que construye el punto de vista de la narración y con quien la directora ha elegido llevar a su culminación el tóxico discurso integrado en su narrativa.

Es un problema de representación, pero también de la fascinación por el mal sin un mínimo sentido ético o de responsabilidad sobre las imágenes que crean cintas como The Innocents (Eskil Vogt, 2021), en la que la violencia se transforma en espectáculo amoral deshumanizador como vía para reivindicar la transgresión fílmica más barata y sensacionalista con la coartada de su dispositivo formal. Aquí sucede exactamente igual. Por otro lado, visualmente destaca en el perfecto uso de planos estáticos y búsqueda de simetrías, que combina con el steadicam cuando sigue a sus personajes más de cerca y en la inmersiva atmósfera de la secuencia de la fiesta, y una puesta en escena que aprovecha habilidosamente la profundidad de campo.

¿Se trata esto de un brutal retrato hiperestilizado y exagerado de la generación Z, similar al que realiza de forma brillante una serie como Euphoria (Sam Levinson, 2019)? A pesar de las apariencias y las similitudes que se pueden encontrar con esta producción televisiva, el abuso de las drogas, la violencia, las familias desestructuradas o la hipersexualización de sus protagonistas sirven a la exploración de la identidad de sus personajes en perpetuo cuestionamiento y deconstrucción. En la ópera prima de Aino Suni cuesta encontrar una razón a los giros de guion o al comportamiento de sus personajes, que se mueven y reaccionan lejos de cualquier cualidad humana reconocible y de quienes ignoramos todo aspecto psicológico que lo sostenga. Y que tampoco legitima su final, cuya buscada ambivalencia refuerza las nocivas y peligrosas conductas de su protagonista, al afrontar los mismos sentimientos y la maduración como artista que le llevan a vampirizar a una víctima que termina otorgándole inexplicablemente su consentimiento.

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