Surgidos a partir de los 90, la conocida como sexta generación de cineastas chinos ha ido perdiendo algo de fuelle en los últimos años, sobre todo por el crecimiento en el país asiático de películas de gran presupuesto y una visión comercial más global, así como de cineastas que no comparten la misma visión del mundo. Se trata de una generación en la que destacan especialmente dos nombres (Jia Zhangke y Wang Xiaoshuai), y en la que abundan unas preocupaciones muy claras, especialmente las consecuencias del paso hiperacelerado de un comunismo tradicional a una economía de mercado extremadamente supervisada, en la que todo es más moderno, más urbano y más rápido, pero no necesariamente menos asfixiante.
Esas constantes están presentes en prácticamente toda la filmografía de Jia, mediante un estilo seco y duro, tintado en muchas ocasiones de elementos del género negro. En Wang, en cambio, la crítica se filtra con lo cotidiano, el melodrama presente en los gestos y acciones del día a día. Lo que sí tienen en común ambos cineastas es un cierto aire de nostalgia por las oportunidades perdidas, así como una búsqueda reciente hacia la película total, extensiva, que permita una visión de conjunto de los temas que les preocupan. Eso es algo que se ve en las obras recientes de Jia Zhangke, como Más allá de las montañas o La ceniza es el blanco más puro, en los que sigue a sus protagonistas a lo largo de un período largo de tiempo. En Hasta siempre, hijo mío, Wang Xiaoshuai se apunta igualmente a esa tendencia, con un retrato familiar en el que temas como la pérdida, el olvido y la culpa son espejos en los que mirarse no solo para sus personajes sino también para todo un país.
El film, ganador de los dos premios de interpretación en el pasado festival de Berlín, es una de esas obras totales que encontrábamos con más abundancia en los años 70 y 80 (películas como Novecento, Érase una vez en América o incluso El padrino), en las que el retrato de la vida familiar era una manera de explicar la Historia, y en los que se buscaba analizar causas y consecuencias de todas las alegrías, tristezas o frustraciones presentes en cualquier vida humana. En Hasta siempre, hijo mío, Wang nos presenta a un matrimonio que busca llenar el vacío presente tras la muerte de su único hijo. Pese a ser un melodrama, no se trata éste de un film que destaque por tener una trama retorcida y llena de aristas, sino que su pujanza dramática se basa en pequeñas escenas que buscan, sin resultar evidentes, ir llenando de significado el recorrido vital de sus dos protagonistas.
Wang hace uso de tiempos variables, moviendo la trama hacia atrás y hacia adelante sin ningún tipo de introducción ni preaviso, algo que puede resultar confuso o incómodo al principio, pero que refuerza la idea de una película que se asemeja a cómo los recuerdos nos asaltan de repente. Las escenas tienen algo de bucle, de repetición mecánica, algo que se evidencia no solo en lo que ocurre en ellas (discusiones, gestos, espacios) sino también en otros elementos, como por ejemplo en la abundancia de sonidos repetitivos (una fábrica, el tono de llamada del móvil, una máquina de coser, la tetera, etc.) que nos dan una idea sisífica de la vida, en la que los protagonistas son muertos vivientes condenados a seguir tratando de reparar la ausencia de su hijo, sin conseguirlo. Mención aparte merecen las interpretaciones de sus dos protagonistas, Wang Jingchun y Mei Yong, fantásticos a la hora de actuar un estado de pena constante que se va transformando en muchas direcciones a medida que el tiempo pasa. Es necesario destacar asimismo la música, presente en los momentos justos, y un trabajo de maquillaje excelente, que permite que el envejecimiento de los protagonistas pase desapercibido.
Si Hasta siempre, hijo mío tiene un problema, quizás sea su duración. Necesaria para poder apreciar el paso del tiempo y el poso que dejan los elementos de la trama, la inclusión de tantas escenas y tantos personajes hace que la profundidad de los mismos se diluya en parte. La contención y cotidianidad que Wang quiere influir a su historia hace que algunos momentos dramáticamente impactantes (como la obligación de abortar impuesta a la protagonista, o los numerosos reencuentros que existen) pierdan algo de fuerza. Sin embargo, si finalmente se consigue entrar en él, Hasta siempre, hijo mío es un film continental, en el que los temas familiares y sociales se entremezclan sin barreras. El hijo que pudo ser y no fue como metáfora del propio país, en el que los cambios tan exagerados han provocado que mucha gente se quede atrás, intentando subirse a un tren que hace tiempo que ya salió.