El multipremiado Hasta los huesos es el segundo cortometraje del mexicano René Castillo. A simple vista, su premisa parece la de una historia clásica de puro terror psicológico. Ésta da comienzo cuando un hombre está siendo enterrado y, ya en el ataúd, recupera la consciencia. Aunque de poco sirven sus golpes y gritos de ayuda: nadie le escucha y, antes de que pueda hacer nada más, acaba cayendo al mundo de los muertos, rodeado de esqueletos que danzan y beben sin parar mientras nuestro protagonista trata de encontrar una forma de salir de ahí.
Pero a medida que avanzamos y el protagonista se hace más consciente de la realidad de su situación, el terror da paso a la resignación, la resignación a la aceptación, y la aceptación al gozo. Es ésta, por tanto, una historia sobre la aceptación de la muerte por parte de un alma que se autoengaña creyendo que sigue viva y que no pertenece a ese mundo. Así es como esta narración adquiere un componente de exploración existencial, culminando en una hermosa catarsis final por la que merece la pena todo lo mostrado anteriormente.
No hay que llevarse a engaño, en cualquier caso. El que nos ocupa es un cuento divertido y ligero, más una visión lúdica del tema que un comentario en profundidad sobre sus dilemas existenciales. Y, por encima de todo, su valor como narración es el de reflejar una relación cultural con la muerte que a quienes no estamos familiarizados con el folklore mexicano nos puede resultar muy llamativa. Una visión de la muerte como un escenario y transición inevitables, pero que lejos del horror y la angustia tiene mucho de celebración y, al fin y al cabo, paradójicamente, de vida. Es esta sensación de estar en un entorno amigable, lleno de vitalidad a pesar de estar rodeado de cadáveres, lo que puede llegar a chocar de esta historia.
En cualquier caso, esta interesantísima descripción y la deriva narrativa que toma tal vez no supondrían más que una anécdota curiosa, de no ser por la excelente ejecución de la idea. Con un ritmo en el desarrollo de los acontecimientos que parece ser una extensión del estado mental del protagonista, y con una música ágil hasta llegar a la larga y arrebatadora secuencia final en la que la catrina canta «La llorona» y todo parece congelarse en el tiempo, es sin embargo la animación lo que hace de este cortometraje la obra tan memorable que puede llegar a ser. El dominio de la animación por plastilina es ciertamente asombroso, dando expresividad a muñecos sin rostro, reflejando de maravilla la tensión y el terror en la cara de nuestro protagonista, y jugando con habilidad con el montaje y la perspectiva. La recreación visual al completo, en sus colores, movimientos y expresiones faciales, le da una estética única y es sin duda lo más digno de aplauso de este corto.
Es posible que Hasta los huesos no sea un cortometraje de hondas reflexiones y profundidad discursiva, y desde luego no esconde una simbología intrincada ni una gran cantidad de interpretaciones, pero como acercamiento a una construcción cultural que me es ajena es poco menos que impresionante, y en su sencillez y falta de intenciones de ofrecer algo sumamente complejo demuestra unos méritos fuera de toda duda, con una estética que cala y, en conjunto, una experiencia fascinante en su habilidad para aprovechar y sacar ventaja del potencial expresivo del medio.