Si bien la sociedad —o cualquier grupo que sostenga el mismo concepto— se define desde la colectividad que el propio término impone, no deja de ser paradójico que aquello que acaba estimulando ciertas dinámicas o comportamientos dentro de la misma resulte el individuo y, por tanto, un ente que se aleja de lo que la palabra en sí implica. Es, de este modo, como el juicio en torno a cualquier persona o tema, aunque amparado por la comunidad en que se produce, puede estar alimentado desde una visión única que termina por encontrar sustento en quienes comparten esa visión o, simplemente, reproducen patrones con el propósito de no quedar fuera de un determinado espectro. El ámbito familiar, como colectivo, otorga semejante carácter a los que se encuentran dentro de su seno. Es por ello que los roles establecidos cobran, si cabe, mayor relevancia en un conjunto (habitualmente) no tan amplio donde resulta común hallar con más facilidad talantes distintivos que puedan otorgar una cierta heterogeneidad al mismo.
En la más compleja de las tesituras se sitúa exactamente David, hermano de Colin —protagonista, como su propio título indica, del film— al que el espectador conocerá durante el primer tramo del relato a partir de los calificativos que se le otorgan y las actitudes de distintos personajes —incluido, claro está, Colin—. Puesto que él es, efectivamente, la oveja negra de la familia. Un papel que tanto su hermano como su madre y algún otro miembro más parecen disponer al recibir con recelo la llegada de David a una fiesta organizada por Colin con motivo de reunir a toda su familia; pero un papel, al fin y al cabo, administrado desde el criterio sesgado que disponen varios individuos no tanto por el hecho de que sea una consideración general y asumida por todos, sino por las rencillas personales y los actos que han ido haciendo de David un ser a eludir, alguien con quien no quisieran cruzar una palabra —de hecho, Colin lo evita gran parte del tiempo tras la llegada de su hermano a la fiesta— aunque quizá haya alguien dispuesto a hacerlo.
En efecto, Happy New Year, Colin Burstead funciona a modo de comedia arquetípica —de alguna manera, pero el autor de Free Fire se encargue de dotar de personalidad propia a la propuesta, más allá de los habituales rasgos que componen su cine, en esa elección de la cámara en mano, y un montaje que potencia la sensación latente de desconcierto—, una de esas piezas de género que tan bien encajan en la cinematografía isleña, pero de la misma forma lo hace componiendo un desacostumbrado mosaico sobre las dinámicas que suelen acoger esos hervideros donde la confrontación de caracteres nos lleva a un estallido que en el film que nos ocupa no termina de producirse —o no, al menos, discurriendo sendas habituales—. Está claro que, como no podría ser de otro modo, la colisión llega —por más que Colin intente evitarla— y la esperada contienda se sucede, aunque distorsionando una perspectiva que pone en tela de juicio hasta donde se extienden esos roles instaurados.
Ben Wheatley continúa extendiendo su universo en el conocido humor negro que define su corrosivo estilo y descubre en el componente mordaz esa particular reinterpretación en clave doméstica —ya suscitada desde sus primeros trabajos, como en Kill List—, y lo hace mediante un trabajo con más dobleces de lo aparentado: tanto en el momento de concluir y matizar un interesante discurso —el giro que concierne a los dos personajes centrales resulta especialmente sugestivo—, como al otorgar cierre a partir de la consecución de ese desvío —donde quizá el británico encuentra el punto más débil de su filmografía, al pretender conceder una nueva orientación a una situación definitivamente compleja—, estableciendo en ese punto final una celebración implícita en cada uno de los aspectos de la obra —en especial, por su condición de proyecto acunado desde el conjunto incluso en algo tan personal como la escritura—, y dotando de un tono más festivo y consecuente a la nueva muesca en el trabajo de un cineasta que, si bien necesita recorrer nuevos caminos, siempre añade el estímulo necesario a sus propuestas.
Larga vida a la nueva carne.