El cineasta italiano Gabriele Salvatores representa, junto a Paolo Virzì con su tan reciente Todo el santo día y otro gran abanico de directores, esa destacada aglomeración o agrupación de filmografías que, aún siendo extensas y reconocidas por diversos festivales, las razones comerciales o económicas, a saber, no aciertan a expandir más allá de sus fronteras. Dentro de su trayectoria cinematográfica existió, hace algo más de una década, un reconocimiento moderado por parte de las audiencias españolas de una de sus películas, No tengas miedo, pues el protagonismo femenino de dicho título recayó en los hombros de Aitana Sánchez-Gijón, pese a ser una cinta filmada y producida en territorio italiano.
Rastreador y reflexivo con los géneros, Salvatores ha transitado su versátil carrera bajo una amalgama de equidistancias temáticas, recorriendo el drama, el misterio, el thriller o la comedia, esta última la que sostiene la propuesta que llega este próximo 7 de febrero a nuestras pantallas, Happy Family. Anecdótico, y a su vez aberrante, resulta que este film, que ya no es el último de su director tras la conclusión de Educazione siberiana el pasado año, haya necesitado 4 años de demora desde su estreno en Italia hasta su misma consecución en nuestro país, algo que continúa reflejando el delirante circo de despreocupación y desinterés que, a menudo, se esconde bajo los mecanismos de las distribuidoras de cine.
Dejando a un lado lo que rodea a la criatura fílmica, esta se basa en la obra original de Alessandro Genovesi, que él mismo adapta y coescribe junto con el director. Esta afirmación es reveladora de un relato que en todo momento parece estar, y de hecho está, concebido como representación escénica. La teatralidad se refleja de modo explícito en las cortinas rojas que dan la apertura, evidenciando un predominio fiel y espiritual con la fuente. Esta conjunción, cómica y teatral, presagia un ejercicio de salón en el que la pomposidad y el maniqueísmo se revelan como los motores primordiales de la película. Esto, que bien podría ser una lacra en términos generales, parece suponer el regodeo y jactancia de sus creadores, pues su carácter de bienintencionada fábula y sátira flotante reduce su casi inexistente condición implicadora.
El espectáculo lúdico y el cinismo procedimental del filme se desarrollan alrededor de una hermosa concepción, tanto plástica como sígnica, que parte del noble arte de la creación literaria, desde el estancamiento hasta la efervescencia, desde la imposibilidad hasta la genialidad. El autor, tanto en la obra como tras las cámaras, refleja esa sensación de realismo mágico que se logra vislumbrar cuando uno o varios de nuestros personajes, que forman parte del guión que estamos construyendo, nos hablan directamente. Piensan en voz alta y nos aconsejan cómo continuar la historia. Creaciones que conversan con sus creadores, un ritual místico que todo creador ha podido sentir en alguna ocasión pero no se ha atrevido a expresar por miedo a ser tomado por loco.
El lastre de la película, no obstante, deriva del condicionamiento al que se ve abocado el relato en su fin por servir a su moraleja ficcional. El servilismo alegórico de sus referencias figurativas impide que la construcción del guión sea sólida y funcional. En este sentido, lo que ocurre, lo que se narra, es un canto deliberadamente reducido que se ensancha y se estira, hasta una duración convencional, con una reiteración y esquematismo insalvables. La relación entre el nutrido rastro antancial siempre funciona mejor como el todo más que como la suma de las partes, pues individualizadas pueden incluso anodinas. No obstante, resulta relevante comprobar que todos ellos, o casi todos, son claros referentes de concepciones y resultados de la ebullición de la sociedad actual. Caricaturizados, desmedidos, exagerados y por último plastificados pero, pese a ello, puntuales reconocibles dentro de los arquetipos y los grupos que regentan nuestro día a día en la fauna social.
Pese a sus evidentes mermas, la cinta se reafirma en la frescura de su planteamiento, el inspirado trabajo de fotografía y su absoluta carencia de pretensiones más allá de ofrecer una desconexión espiritual a través de una ficción que, si bien es sutil y vaga en términos genéricos, bebe de referentes fácilmente identificables y los actualiza con dinamismo y simpleza. Películas como esta parecen buscar más un compromiso con el buen rollo que un compromiso de trascendencia artística. Y eso, a veces, se recibe como agua de Mayo.
Es una lástima que haya tardado tanto en llegar. Aún así, la iré a ver seguro!