Eve, una niña de 13 años, comenta las tareas domésticas que realiza su madre mientras graba todo ello a través de su smartphone. La joven también recoge en el móvil un vídeo en el que ella misma envenena a su hámster con los medicamentos que acabarán causándole una sobredosis a su madre. La ausencia materna obligará a la niña a irse a vivir con su padre Thomas, ahora casado en segundas nupcias y con otro hijo, lo que supone un problema para la estabilidad del hogar. Aunque para problemas de verdad los que acucian a Anne, hermana de Thomas y tía de Eve: la obra en la que trabaja su empresa acaba de presenciar un accidente que le puede costar una multa millonaria a la compañía. Por si fuera poco, Pierre, el hijo de Anne, presenta una clara inestabilidad emocional fruto de su excesivo apego al alcohol.
Estos problemas domésticos y laborales de una familia burguesa de Calais, en el norte de Francia, son el motor que mueve Happy End, la última obra cinematográfica del gran Michael Haneke. Cada uno de los personajes principales que contemplamos en la película tiene su razón de ser, en el sentido de que nos muestra una temática interesante que el propio Haneke pretende diseccionar. Eve es la víctima de las malas decisiones por parte de sus padres, lo que le ha llevado a construirse un carácter ciertamente oscuro. Thomas vive engañado en un matrimonio que no le reporta placer, tal y como demuestran las tórridas conversaciones que mantiene por Facebook con otra mujer. Anne es el reflejo de una persona que siente más predilección por su trabajo que por su propia familia. Pierre mezcla los caprichos de los que siempre ha gozado por su condición burguesa con el odio interior que posee por esa misma razón. Finalmente, Georges, el ‹pater familas›, es un hombre ya anciano y cansado de la vida, que parece buscar desesperadamente a alguien que le ayude a calmar el dolor para abandonar por fin este mundo.
Dicho así, pareciera que Happy End es un film compuesto de ideas sugerentes que, con la mano de Haneke, podría convertirse en un trabajo memorable. Especialmente si tenemos en cuenta que, de manera progresiva, ese relato central se irá mezclando con una temática de actualidad como es el debate sobre la situación de los refugiados, asunto que precisamente en Calais tuvo uno de sus epicentros más bochornosos. La vida acomodada y burguesa frente a la desesperación y pobreza de aquellos que tienen que vivir con lo justo suena a un argumento en el que Haneke podría moverse con mucha facilidad. Sin embargo, la cinta tiene algo que no termina de enganchar. El cineasta muniqués abandona su parcela más cruel, su conocida habilidad para transmitirnos lo peor del ser humano a través de su inteligencia cinematográfica, para abrazar un relato bastante más comedido en apariencia y definitivamente sarcástico en el fondo. Con ello, Haneke consigue que en Happy End apenas haya rastro de esas imágenes perturbadoras que nos ha mostrado en otros de sus títulos. Solo las mencionadas escenas iniciales y la secuencia final poseen cierta fuerza, el resto del film se mueve en un terreno demasiado frío como para que nos permita entrar en su atmósfera.
Uno siempre espera lo máximo del director de La pianista o Funny Games, sobre todo cuando se rodea de grandes figuras de la interpretación como Isabelle Huppert y Jean-Louis Trintignant. En esta ocasión, Haneke ha apostado por un cierto cambio en su perspectiva, lo cual tiene mérito al tratarse de alguien que lleva tiempo detrás de las cámaras. Pero el resultado sería poco más que interesante si valorásemos a Happy End como una película alejada de la figura de su director, y claramente decepcionante si tenemos en cuenta que es Michael Haneke quien está detrás de este trabajo.