Aun hoy en día, el Sahara Occidental sigue siendo uno de los territorios del mundo cuya administración política es más confusa. Marruecos defiende su autoridad en la zona, con la oposición de un movimiento de liberación nacional y de la propia ONU, que nunca reconoció el trasvase de la soberanía realizado por España. Este caos se deja sentir en los habitantes saharauis, que subsisten de diferentes maneras en una zona que es, básicamente, un desierto.
La cámara del gallego Eloy Domínguez Serén capta la vida de estas personas para mostrarlas en Hamada, un documental que tiene por objetivo trasladarnos a la realidad de una zona que permanece muy olvidada incluso por nuestro país, pese a la cercanía y los hechos históricos que nos unen. La batalla por la identidad propia ya fue analizada por este cineasta en No Cow on the Ice, film que tenía por objetivo mostrar una pequeña autobiografía de cómo su autor se enfrentó a las barreras lingüísticas, sociales y culturales tras migrar a Suecia. Si bien Hamada se desprende de ese toque autobiográfico, su fin parece ser similar al de la obra que le precede.
Los más veteranos de la región probablemente sean los más indicados para contar qué sucedió con el Sahara Occidental, cómo ha sido la vida por allí y qué barreras han tenido que superar durante estas décadas anteriores. Sin embargo, para aportar una visión de presente y de futuro, Eloy Domínguez prefiere enfocar su mirada en la juventud. Entre este sector de la población encontramos varios personajes cuyas preocupaciones y estilo de vida no dista tanto de los occidentales, salvando lógicamente las distancias socioeconómicas. Las terribles dificultades en la búsqueda de un empleo, la cuestión identitaria o las barreras de género son algunos de los temas que refleja Hamada durante su hora y media de metraje.
Sin apariciones de su autor ni voz en off, el documental le entrega todo el protagonismo a los propios saharauis, que son los que más tienen que aportar acerca de lo que pretende narrar el film. Es vital en Hamada que todo fluya desde estos protagonistas hacia el espectador sin más hilo conductor que la pericia de Eloy Domínguez para saber adentrar su cámara con naturalidad en secuencias de la vida cotidiana: un paseo en coche, una partida de cartas, una reunión de amigos… Esa cercanía que sentimos hacia lo que está al otro lado de la pantalla es una de las mayores virtudes de la obra. Una característica que, por cierto, ya se dejaba notar incluso en No Cow on the Ice, pese a ser este un trabajo de índole más personal.
Pese a no disponer de demasiados alicientes que vayan más allá de su propia verosimilitud, Hamada consigue una agilidad en la narración que refuerza esa mencionada empatía. Eloy Domínguez se centra en unos personajes bastante concretos de la sociedad saharaui, pero va alternando las escenas de unos y otros con fluidez, consiguiendo que el ritmo del documental no decaiga en casi ningún momento. Sin mostrarnos nada espectacular por su rareza (como comentábamos, casi todo son secuencias del día a día), el director usa la calidez de sus imágenes y su propia habilidad como cineasta para mantenernos atentos a la pantalla.
Hamada es, por tanto, un documental que nos traslada durante 90 minutos a una sociedad que calca varios de los problemas de la nuestra y que añade otros como la aridez del territorio o el descontrol administrativo, pero que cuenta con la fuerza de voluntad de varios de sus habitantes. Todo ello lo capta y narra Eloy Domínguez Serén de un modo elegante, natural y en óptima sintonía con lo que podíamos esperar antes de visionar un trabajo como este.