Hallvar Witzø y su devoción por las explosiones no es, ni mucho menos, novedosa: en su primer cortometraje, Tuba Atlantic, su protagonista ya dinamitaba un pescado en orden de dar finiquito a sus grandes enemigas, las gaviotas; mientras en Yes We Love, las explosiones llegaban en forma de homenaje del ejército a través de un cañonazo, y a partir de la venganza de una (suponemos) novia resentida. Las explosiones como forma de vida llegan a cines en Todo el mundo odia a Johan corroborando así esa particular forma de expresión del noruego, que parece encontrar en ellas múltiples sentidos, pero siempre estrechamente relacionados con el sentir de sus personajes.
Es, precisamente, ese sentir, aquello sobre lo que se articula su ya citado segundo trabajo en corto, Yes We Love, que nos traslada al Día Nacional de Noruega llevándonos a distintas zonas del país y enlazando mediante las mismas cuatro historias sin aparente conexión entre ellas más que los particulares dilemas al afrontar un día que debería ser de festividad, pero en realidad para esos cuatro personajes deviene en algo muy distinto, ya sea por causas propias —como que no te guste una marcha, o que estés harto de homenajes a los veteranos— o ajenas —ver como una relación queda cortada de raíz o como una puerta impide que sigas celebrando a tu manera—. Todo, eso sí, enfocado desde una perspectiva donde la comicidad se desliza dentro de cuatro planos sostenidos que ahogan, si cabe, situaciones que no parecen, ni mucho menos, dentro del marco de una conmemoración nacional, donde seguir la corriente sería lo más fácil cuando te ves arrastrado por el resto, pero sin embargo decides persistir y marcharte a otro lugar, no sin antes regalarte un pedazo de tarta presto para el festejo.
Witzø huye así de la narrativa clásica de su primer cortometraje, y extiende Yes We Love —que es, por cierto, como se llama el Himno nacional noruego— en esas cuatro viñetas donde sustraer la hilaridad de cualquier pequeño rincón, ya sea afrontando situaciones más dramáticas o decidiendo huir de lo que el protocolo indica. Así, en cuatro menudas píldoras el cine del autor de Todo el mundo odia a Johan muestra su querencia por un humor ni mucho menos convencional, y es que si habíamos dicho que las explosiones forman parte de un todo en su obra, suelen acompañar ese carácter lúdico que se amplifica en esta pieza: quizá por su formato, quizá por la decisión tan particular de tomar micro-relatos tan distintos, pero al fin y al cabo como muestra de la ineludible naturaleza de un cine que siempre mira sus personajes con consideración. Incluso si quien está a su alrededor muestra cierta sorpresa porque, en efecto, es el Día Nacional, y deberían estar celebrando en lugar de complicar las cosas a su modo, casi siempre con algún estallido de por medio para reivindicar una personalidad que, como no podría ser de otro modo, se aleja de la percepción de aquello que entendemos por vivir en sociedad —con todo lo que ello conlleva—.
Larga vida a la nueva carne.