La trayectoria de Damjan Kozole destaca en la versatilidad que muestra a lo largo de su filmografía incorporando elementos de géneros dispares y moviéndose entre tonos muy distintos. Aunque, en el fondo, esto lo hace partiendo siempre de un interés manifiesto por la descripción de la sociedad desde la particularidad e idiosincrasia de su Eslovenia natal y sus personajes. En su última obra de ficción Half-Sister (Polsestra, 2019) utiliza como base del filme la complicada relación entre dos hermanas del mismo padre, distanciadas durante años y que ahora se ven obligadas a compartir piso en Liubliana. Mientras Irena (Ursa Menart) trata de separarse de su marido y mantener su trabajo en una peluquería, Nezha (Liza Marijina) pretende estudiar para aumentar sus perspectivas laborales. Las diferentes personalidades y formas de enfrentarse a la vida se hacen patentes desde el primer momento, explorando el trauma de la primera y el rechazo de la segunda por esta conexión familiar extraña y las condiciones externas que la provocaron fuera de su control, de las que arrastran reproches soterrados que mediatizan su relación. A partir del drama familiar y de las difíciles situaciones de ambas, el director construye un relato en el que lo cómico surge del conflicto descarnado entre ellas, aproximándose a las ‹buddy movies› hollywoodienses.
Y aquí es donde más brilla la propuesta de Kozole, a través de sus dos actrices protagonistas. Con sus interpretaciones sobrias proveen a sus personajes de cercanía y autenticidad, además de sostener magníficamente conversaciones con diálogos hirientes e ingeniosos con una fina pátina de incomodidad, que revelan sus interioridades psicológicas en un subtexto apoyado por sus medidas gestualidades. Todo esto englobado en un tono general de la película muy bien controlado, que hace posible pasar de la comedia al drama con facilidad sin que resulte forzado. A diferencia de, por ejemplo, su conocida Slovenian Girl (Slovenka, 2009). Si en aquella el humor parecía destruir la consistencia discursiva y su faceta más seria estaba dotada de un sensacionalismo vergonzoso a golpe de giro narrativo, en Half-Sister el control del mismo desde el guion —en el que participa la propia actriz protagonista, la también cineasta Ursa Menart— se presenta con una gran sutileza. La dinámica entre ellas surge de la confrontación de puntos de vista, que establece así un fuerte vínculo de interés y empatía entre ellas y con el espectador.
El otro elemento destacable es su tratamiento de los espacios a través de un uso riguroso de la fotografía, con una política de observación de diálogos que describe perfectamente sus lugares de desencuentro y sus conflictos —expresados a través del mismo desafío que supone compartir plano o situarse en el contraplano en solitario—. Esto captura eficazmente las tensiones en sus imágenes desde su mirada escénica de la rutina doméstica en el interior de su nuevo hogar forzoso, que es donde transcurre gran parte de la acción de la cinta. Compartir un cigarrillo en el balcón, acompañarse por el camino de casa al trabajo para protegerse de la incapacidad del marido de Irena de aceptar su divorcio… Así se encuentran dos personajes singulares muy distintos en una realidad sórdida y frustrante, como ocurría con los protagonistas de Porno Film (2000) en clave mucho más cercana a los universos de Quentin Tarantino o Guy Ritchie. La precaria situación de las jóvenes, el precio de la vivienda, los factores de riesgo de la violencia machista o la criminalidad callejera se introducen como elementos de presión ambiental que soportan gracias a un sentido de sororidad que permite sortear sus diferencias y llegar a un punto de encuentro y reconciliación, de diálogo y comprensión, en un mundo hostil en el que este tipo de hallazgos escasean.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.