En H, el primer largometraje de Carlos Pardo Ros, se romantiza la noche de fiesta en sanfermines para esclarecer el misterio imposible que acarrea la muerte del tío del cineasta, pillado por un toro en un encierro años atrás. Partiendo de un dispositivo móvil, incansable, ajustado a las manos de varias personas y que representan a cuatro “H”, nuevos personajes entre detectives y soñadores melancólicos, Pardo elabora un viaje nocturno en el que lo banal se tamizará hasta llegar al vitalismo propio de un Nietzsche ebrio (tan nihilista como necesitado de esperanza).
Al principio pareciese que la película no tenga claro si optar por narrar o mostrar, ya desde la aparición simultánea de intertítulos y una voz que los lee (?).,. pero, a medida que H avanza, comienza a surgir un porqué, un coherente y no menos interesante modo de hacer que intenta formar una suerte de incertidumbre desde la incertidumbre del relato “docuficcionado”. Todas las ralladas existencialistas de cualquier borracho una noche calurosa de julio se unen a la vertiginosidad de un dispositivo incansable, siempre en un continuo vaivén espacial a través de las calles, las gentes y las luces en la oscuridad. La cercanía de y a la muerte (que rescata la memoria del tío mediante una extrapolación vitalista de sus últimos momentos) se conforma tras intensos y apresurados paseos por la ciudad de Pamplona, llamadas y mensajes de voz, narrativas no correspondidas etc. Un extraño sosiego se desprende de la forma de H, desde su inicio hasta su final concluyendo el viaje a ninguna parte y sobreviviendo a la noche para ver un nuevo día. En oposición al frenesí de San Fermín, la visión de halos y ecos en la imagen reverbera en los cientos de cuerpos registrados durante breves segundos.
Las cámaras viajan por las calles del lugar y sus bares, frecuentan la fiesta y sus múltiples facetas; convierten el “momento” en múltiple reflexión, como intentando pararlo sin éxito. Mientras escuchamos monólogos o conversaciones sin saber a ciencia cierta la relación que guardan los interlocutores (¿amigos? ¿amantes? ¿familia?), otros mensajes se intercalan sin concordar diegéticamente con las imágenes. La sensación de pérdida y repetición termina por dominar la escena (a veces de manera forzada, otras genuinamente inspirada) y todo parece sugerir un desvío demasiado calculado que se libera de cara a la secuencia final, cuando las voces se callan. En ese tramo se logra advertir una total fijación por la exploración nocturna entre copas; un clímax estirado, hipnótico y háptico en el que solo la música y los ruidos trasladan la imagen ralentizada, repetida, manipulada etc. en un baile cuasi cósmico antes del amanecer… y la resaca.