Berlín, julio de 2006. Eyal es un turista israelí llega al aeropuerto para visitar a su antigua novia, a la que no ve desde hace dos años. No es capaz de contactar con ella por teléfono y tampoco la encuentra en su casa. Rana es otra visitante que llega de Francia, pero nacida en Palestina. También deambula por la capital en busca de un alojamiento para pasar la noche. Los dos coinciden en el mismo vagón de metro, sentados una frente al otro. Ella sale del metro e intercambian por accidente sus equipajes. Más tarde, mientras pasea por Alexanderplatz, Eyal recibe una llamada en el móvil y descubre que no es el suyo.
Strangers, la ópera prima en el largo de Guy Nattiv, es el resultado de su colaboración en el guión y dirección con el co-director Erez Tadmor, ambos provenientes de Tel Aviv. Los cineastas ya sacaron adelante y produjeron el cortometraje del mismo título. El corto tiene un arranque similar, aunque transcurre con un tono más humorístico, jugando con diversos géneros, además de desarrollar un tratamiento pendiente de las unidades de espacio, tiempo y acción, enmarcadas en un trayecto del suburbano berlinés con dos personajes masculinos protagonistas, rodeados por algunos secundarios. Ese germen se mantiene desde los siete minutos del breve film premiado de 2003 hasta los ochenta minutos que dura el producido en 2007, cuatro años después.
Los rasgos temáticos que alimentan las historias de estos trabajos, más algunos posteriores en la filmografía de Nattiv —tanto solo como acompañado por su compatriota Tadmor— son comunes, reconocibles en la búsqueda de soluciones pacíficas al perenne conflicto entre Palestina e Israel. Al enfocarse por historias de amor, amistad o entre grupos de personas reducidos, la solución no pretende ser universal ni engañosa, sino un bálsamo entre personas que aparecen como adversarias pero pueden llegar a empatizar y relacionarse salvando un abismo de odio heredado por su entorno o la tradición. La misma fuerza tiene el acercamiento a conceptos como el amor o la amistad con riesgo, profundidad, un salto al vacío entre seres incompatibles en apariencia. O el deporte rey como catalizador que une a ciudadanos con disparidad de caracteres y vivencias.
El metraje de Strangers sigue una estructura espontánea desde un drama generacional romántico en el que dos treintañeros disfrutan un encuentro casual y después sufren el desamor contemporáneo. En este caso más pronunciado por el enfrentamiento político y social que han recibido desde sus infancias, una lucha que se interpone por familiares, amistades y otros congéneres. Los aciertos del dúo formado por Nattiv y Tadmor consisten en utilizar un rodaje casi documental durante los encuentros finales del mundial de fútbol de 2006, factor que se manifiesta en esos viandantes que miran sin discreción a las cámaras, mientras la pareja protagonista intercambia diálogos y sonrisas. Esa frescura beneficia el carácter vivo de las secuencias, sobre todo en el caso de la semifinal emitida en una gran pantalla en plena calle, un partido al que asisten los dos jóvenes. La constancia de ver una ebullición veraniega en las calles berlinesas que no resulta impostada, sino natural y creíble. Luego quebrantada esa festividad romántica con el traslado de la acción a Francia, lugar al que viaja el protagonista para reencontrarse tras la huida de ella.
La cuestión a resolver sobre las aportaciones al acabado audiovisual por parte de cada uno de los directores, resulta ser una incógnita que importa poco al ver la coherencia final del producto. Incluso puede ser beneficiosa esa dualidad autoral que se refleja en el uso de la pantalla partida para situar las dos acciones paralelas de ambos personajes en el primer tercio del film, cuando Rana revisa la mochila de él, idéntica a la de ella que curiosea Eyal del mismo modo. O esa partición en seis y doce cuadros simultáneos del encuadre, alternando numerosas escenas en París, Berlín, aeropuertos, Israel y la franja, lugares distanciados que alejan sus destinos. Lo mejor es complementar el visionado de Strangers en sus dos formatos para seguir la carrera de un director que no huye de los compromisos sociales pero los trata con agilidad, sentido del espectáculo y la narración mediante el uso de la voz de Rana que lee unas cartas de alto vuelo poético.