Guillaume Gallienne es uno de los personajes más activos de la escena francesa actual. ¿De qué escena?, se preguntarán algunos. Pues al parecer de casi todas: actor de cine y teatro, guionista, voz en audiolibros, cómico en televisión, cantante ocasional, ha escrito y adaptado obras de Ballet y ahora, gracias a Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!, también se ha convertido en director de cine, y se mete de lleno en la dirección con esta película que, simplificando, va sobre un chico que tiene un lado muy femenino.
Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! es, además del primer largometraje dirigido por Gallienne, una obra teatral en forma de monólogo por la que obtuvo el Premio Nacional de Teatro de Francia como revelación masculina en el año 2010. Cabe precisar esto, ya que cuando la película da comienzo, el protagonista se está preparando para entrar a escena y realizar el monólogo sobre el que, a su vez, trata esta comedia. Estamos, pues, ante una película biográfica que, haciendo uso de ambos recursos (cine y teatro), nos irá contando determinados pasajes de la vida del actor, en el que destaca por encima de todos la relación existente entre Guillaume y su madre —interpretada aquí por el propio Guillaume Gallienne—. La relación entre ambos será el punto clave para el desarrollo, tanto de la película, como del propio protagonista, que verá cómo ésta le ha influido a lo largo de su vida.
Estamos acostumbrados a ver dramas que giran en torno a un hijo que teme decepcionar a su padre, o que se siente presionado para seguir los pasos de su progenitor, quien proyecta en él todas las esperanzas que tuvo y que espera que se convierta en lo que él es o pretendió ser en el pasado. En este caso, la manilla cambia, puesto que es la figura materna la que cobra prácticamente todo este protagonismo del que hablamos. El hijo ve el mundo por cómo ve a su madre: la imita (se mimetiza con ella), la idolatra secretamente y le inspira en muchas situaciones de su vida. Por cómo ve a su madre desarrolla su capacidad para ver a otras mujeres.
En lo referente a los actores, Gallienne monopoliza la película (literalmente), siendo suyo todo el mérito a la hora de levantar la película y hacernos partícipes de sus desventuras personales de una forma realista y cómica sin caer en la caricatura. Se agradece especialmente la honestidad con que expone su personalidad y su visión de las cosas.
En definitiva, queda claro que el director sabe reírse de sí mismo y de sus propias experiencias personales. Consigue así que el espectador se involucre y pronto simpatice con su peculiar protagonista y con su familia y que se emocione con ciertos detalles y con la admiración que profesa por su madre, a pesar de los pesares. Nos encontramos ante un drama personal oculto bajo finas capas de comedia, como cuando un amigo te cuenta una anécdota que le ocurrió y que en el momento fue muy sufrida, pero que con el paso del tiempo se ha convertido en una de sus más divertidas historias.
Es posible que haya gente que no sea capaz de disfrutar de la película —ya sea por el tema que trata (sólo hay que ver cómo están las cosas en Francia con lo del matrimonio homosexual) o porque no le caiga en gracia el personaje principal (o simplemente porque es una película francesa)—, a pesar de lo cual considero que es una de las comedias más recomendables de este año que termina.
Por cierto, la voz del personaje de Paqui (en versión original) era la de Paz Padilla, ¿verdad?