Las calles se vaciaron, la sociedad se hizo añicos, el espectáculo no podía continuar. Durante unos meses abandonamos el hábito y la rutina se bifurcó, resultando para algunos una experiencia pandémica muy motivadora. Es el caso del director Christophe Honoré, que traslada su ingenio de cineasta, dramaturgo y convencido líder teatral en una personal y atípica película, Guermantes.
El título viene de El mundo de Guermantes, creación de Marcel Proust y motivo central dl film. No es una adaptación, pero sí una excusa para reunir a grandes nombres de la escena francesa tanto del cine como del teatro en un escenario. Partiendo de la idea de un Honoré dispuesto a dirigir la obra de Guermantes en los primeros y tímidos reencuentros sociales durante el verano de 2020, nos encontramos persiguiendo las bambalinas de una reconstrucción. No se trata solo de un acercamiento a lo que acaba convirtiéndose en una ensayada obra teatral, es más bien un reflejo de esa torpe salida de nuestro ensimismamiento tras un largo encierro, maquillada por las elevadas palabras de Proust.
Los actores recitan un rato y evocan otro tanto de su propia personalidad, las conversaciones toman vida en pequeños círculos o grandes asambleas, incluso encontramos espacio para la individualidad ante una obra que nace censurada por las circunstancias. Todo ello tiene un sentido literario y es también un reflejo del ansia de volver a la piel con piel, de respirar la conexión con amigos y desconocidos, una original aproximación a algo que va un poco más allá del trabajo, una especie de despertar dentro de un microcosmos muy particular, el del arte. Sí, Honoré se guarda su propio papel para atravesar la pantalla como un cómplice de la elaboración interna de un espectáculo, como un superviviente de la desidia generalizada, para confirmarnos que hay un poco de guion y otro tanto de personalidades fuertes y artistas natos capaces de doblegarse frente a un jugoso libreto.
Hay excentricidad y carisma, revolviendo personas y personajes hasta no encontrar la diferencia. Vemos ensayos elaborados, conversaciones profundas, una distendida cena al aire libre o un homenaje a las clases altas francesas que se revolvían en los libros de Proust persiguiendo sus lugares favoritos de París; pero sobre todo hay una facilidad para empastar cada una de las nimiedades que personalizan los actores que confirma la capacidad de su director para fortalecer la naturalidad.
Risas y lágrimas en una muy subjetiva obra que, fuera del contexto en el que nos encontrábamos, tiene la virtud de no ser una apreciación más de un hombre aburrido durante la pandemia escribiendo su visionaria película —de estas hemos visto muchas en los últimos tiempos— y encontrar su propio discurso para atraernos hasta sus imágenes, limpias y directas, pegadas a interminables diálogos sobre la nada más absoluta, convertidas en un pequeño placer sobre el estar y el contemplar, tan divertido y desnortado como les pueda parecer a los que componen estas imágenes.
Con Guermantes Honoré lleva a un máximo esplendor su gusto por afincar lo teatral en el cine. No podemos olvidar que su anterior Habitación 212 se convertía en una comedia de entradas y salidas como si de un escenario se tratara, un concepto que aquí lleva a lo literal plantando la cámara dentro de un teatro vacío en el que el escenario no se limita a una tarima y un decorado, siendo su abultado reparto una especie de campamento de exploración que encuentra cualquier localización un buen lugar para recitar o para bromear. Los actores de la ‹comédie française› (siempre entregados, directos y elocuentes) son entonces sus cómplices para adornar una película metaficcional, improvisada y muy viva donde se permite volver a conectar con lo esencial, donde el encierro pasado es una mera gota de agua en un vaso deseando desbordarse.