Luz en la oscuridad
Ganadora del premio del jurado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, este viernes se estrena en España Great Freedom. Basada en hechos reales, el tercer largometraje del desconocido Sebastian Meise es un notable drama carcelario situado en Alemania y centrado en la figura de Hans Hoffmann (excelente Franz Rogowski), un homosexual que, tras ser prisionero de los nazis durante la 2ª Guerra Mundial, vuelve a ser encerrado en la Alemania Occidental debido a su orientación sexual.
La estructura del filme se establece en torno a tres tiempos distintos y determinantes en la vida de Hans: 1945, 1957 y 1968. Obligado a permanecer indefinidamente entre rejas, Hoffmann entablará una profunda amistad con su primer compañero de celda, Viktor (Georg Friedrich), y hasta logrará hallar el amor en un espacio donde parece imposible el surgimiento de tales emociones.
La libertad parece entendida en la película como uno anhelo ilusorio, una sensación tan intensa como fugaz, imposible de mantener materialmente a largo plazo. La libertad es una manifestación esporádica capaz de traspasar las fronteras de lo físico, un espectro luminoso que aparece allí donde la oscuridad lo es todo. En Great Freedom, pues, donde la lobreguez es el motor de su narración central —véase el fundido a negro que sirve para diferenciar las diferentes partes de la cinta—, la búsqueda digna y humanista de una libertad cinematográfica es aquello que le otorga un valor verdaderamente conmovedor a esa narración. La libertad es un gesto: el abrazo entre dos reclusos tras hacer el amor en mitad de una fría noche. La libertad es un primer plano: el rostro de Franz Rogowski siendo alumbrado por la luz de la luna a través de una ventana. La libertad es, simplemente, la llama de una cerilla iluminando la tenebrosidad de una celda donde Hans se verá injustamente abocado una y otra vez. La libertad es justamente aquello que resulta más bello en la película de Meise: capturar en imágenes el estallido discreto y furtivo de la esperanza y el calor humano.
No obstante, si la libertad podía percibirse como un espectro, ocurre lo mismo con el encarcelamiento, o al menos a eso parece apuntar Meise al final de la película. En 1968, cuando en la República Federal Alemana se aprueba en nuevo código penal en el que ya no se encuentra el artículo 175, el cual penaba las relaciones homosexuales entre personas de sexo masculino, Hans puede, finalmente, salir de prisión.
Es entonces cuando Great Freedom se desvela no como un relato placentero y concesivo, sino como el devastador —pero no por ello incoherente— retrato de un sujeto perseguido por los fantasmas de una reclusión vital que imposibilitan la adquisición de una libertad perdurable. La exhibición tenebrosamente erótica de la fisicidad masculina en el recorrido final de Hans por los pasadizos subterráneos de un bar gay sugiere, entre sombras y gemidos, el carácter espectral del propio deseo sexual del protagonista. Un impulso innato que, inevitablemente, despierta los fantasmas de un encarcelamiento del cual nunca llegará escapar.