Con motivo de la inminente llegada de la noche de Halloween, desde YOMYOMF (siglas de You Offend Me You Offend My Family) han querido realizar una antología de terror con cuatro directores orientales, talentos emergentes que nos mostraran su particular visión del horror en cuatro cortometrajes diferentes con un nexo común: no contienen diálogos.
El primero de los cortometrajes a entrar en escena es Grave Torture, del indonesio Joko Anwar, joven cineasta que ya ha coqueteado con el terror en sus anteriores trabajos y que no esconde en ningún momento las influencias de las que bebe su cine, a saber: las películas indonesias de terror casi “zetoso” de los años 80.
Como muchos relatos de terror, Grave Torture se erige a partir de una creencia local (en este caso, indonesia) que, a grandes rasgos, predica la consecución de buenas acciones durante la vida para descansar con tranquilidad durante la muerte. En caso de haber obrado con maldad, una vez ya fallecida la persona en cuestión, despertará dentro de su tumba y recibirá los castigos que merecen las malas acciones que llevó a cabo en vida. Siendo este el punto de partida del cortometraje del director indonesio, la historia se centra en el hijo del fallecido, un inocente infante que, aún dolido por la ausencia espiritual (que no física) de su padre, decide esconderse dentro de la tumba del difunto para dar por terminada su relación más puramente terrenal.
Y, aunque el relato es de lo más funcional y previsible (si seguimos al pie de la letra la creencia en que se basa Grave Torture), los recursos de que hace gala Anwar acaban resultando, como poco, efectivos. Es por ello que las máximas virtudes del cortometraje residen en el buen hacer del director, metiéndonos de lleno (nunca mejor dicho) en un claustrofóbico ejercicio de estilo que ve cómo sus mejores momentos provienen del buen uso del sonido y de los juegos de luces y sombras que se cuecen dentro del ataúd. Al igual que sus coetáneos (Quentin Tarantino y Rodrigo Cortés, por poner dos ejemplos muy recientes que comparten multitud de similitudes con las pretensiones de Grave Torture), el indonesio conoce en todo momento cómo jugar sus cartas, sabiendo cuándo debe utilizar el fuera de campo (para evitar caer en subrayados que alcancen el ridículo) y cómo terminar de forma efectiva (y atractiva) un cortometraje que, si bien no ofrecerá nada nuevo al espectador, si conseguirá hacerle pasar un mal rato, que a fin de cuentas es a lo máximo que aspira. El cierre del cortometraje debe interpretarse, eso sí, siguiendo a pies juntillas las creencias orientales en las que se basa el relato: un segundo en el infierno equivale a un año en la vida real. Y hasta ahí puedo leer.