Granny’s Dancing on the Table es el primer estreno de la recién nacida distribuidora sevillana Cocodrila Films, cuya génesis demuestra una fuerte valentía por querer sacar adelante proyectos en el mercado cada vez más inestable de las salas de cine alternativas, aquellas alejadas de los espacios comerciales y que continúan respirando por y para ese cine de grandes ideas y pequeños recursos. Desde su página web, Cocodrila Films se define como un motor de conexión entre las audiencias socialmente comprometidas y las obras audiovisuales que indaguen y eduquen en los problemas que aquejan a este público. Además, su apoyo está enfocado en los cineastas nóveles, con la intención de distribuir sus operas primas ofreciéndoles la oportunidad de darse a conocer, lo que añade otra pátina más de esfuerzo y reconocimiento a la labor de esta pequeña empresa. Haciendo alusión a lo anterior, es entendible que su primer lanzamiento en salas (con sólo cinco copias en su primer fin de semana) sea Granny’s Dancing on the Table, de la cineasta sueca Hanna Sköld, producida hace tres años y hasta la fecha inédita en nuestro país.
La película narra la desventura vital de la joven Eini, criada por su padre en una vieja cabaña en la ladera de un monte, aislada de todo contacto humano y privada de su madurez emocional al no tener más asidero con la realidad que aquellas mentiras contadas por su progenitor acerca de la crueldad del mundo exterior. La chica, que repele su propio crecimiento atemorizada por las represalias de su misógino padre, va lentamente cercenando su propio universo hasta convertirse en nada, en algo minúsculo que ni ella misma es capaz de soportar, perdiendo por el camino su individualismo. El largometraje es, en definitiva, una dura aunque lenta metáfora sobre el machismo, la exclusión social y la violencia doméstica, temas tabúes en Suecia pero que afectan a numerosas familias. El interés de la cineasta por urdir su discurso radica en que lo construye con el aspecto de una fábula, haciendo uso de herramientas didáctico-narrativas como las secuencias animadas en aras de acercar la trama a ese modo de mirar naif e infantil que sutilmente utiliza el narrador para hilar los flashbacks. Precisamente, es este recurso formal, la animación, y en este caso el stop-motion, considerado, y valga decir que erróneamente considerado, como una puesta en escena más adulta por su elaboración artesanal, el que acerca a Granny’s Dancing on the Table a una oscuridad dialéctica, deudora tanto de esa imaginación sombría y barroca de su vecino Svankmajer como de la inexpresividad característica de los cortometrajes de los Hermanos Quay, que repercute a posteriori en las secuencias de acción real y logra, pese a todo, crear un repertorio emocional de gran frialdad.
Ocurre en la película que la carencia de afectividad es portada por la generación adulta, mientras que la juventud es la encargada de encaminar las pulsiones emocionales por el buen camino, fallando repetidamente ante la necesidad del dolor en repetirse. La joven Eini vive junto a un hombre que sólo ha conocido la violencia hacia la mujer bajo la forma de torturas y linchamientos por parte de su padrastro hacia su tía, quien hacía las veces de madre mientras la verdadera se aprovechaba de las virtudes de la buena fe burguesa para vivir una existencia en la opulencia que su vástago jamás llegaría a conocer. Ese baile entre el horror y la belleza de las imágenes es lo que define la ópera prima de Sköld.