Ha sido Grace de Mónaco la encargada de romper el hielo de la 67ª edición del Festival de Cine de Cannes, de la mano de Olivier Dahan (La vida en rosa), Nicole Kidman, Tim Roth y Paz Vega, entre otros. «La idea de mi vida como un cuento de hadas es, en sí misma, un cuento de hadas», cita textual con la que arranca una película que había despertado un gran interés mediático pero de la que se esperaba más bien poco, y el público presente en Cannes así lo ha dejado patente: aplausos muy tímidos a lo lejos, algún abucheo sonoro, aunque tímido en sus formas, y una gran indiferencia a modo de silencio escandaloso que abandonó la sala haciendo mutis por el foro. Nada que no nos esperásemos.
Pudieron haber sido sus tintes de telefilm vespertino los que desataran esa indiferencia, o más bien ese es el motivo que nos provocó un sonoro bostezo. Una historia que se cuenta “con los dedos de una mano”, una parte de la historia del estado monegasco que bien se podría haber llevado por otros derroteros evitando el insulto biográfico aquí orquestado, y que además intenta colarnos como precioso aquello cuya peste ya llega hasta palacio, una peste cuya fotografía nos permite atisbar los hilos del tufillo maltrecho más lleno de sombras que de luces. Grace de Mónaco se ve sucia, muy imperfecta dentro de la denostada perfección que Dahan (o no sé si los Weinsten) pretende hacernos ver, y cuya línea argumental parece más interesada en sacar decenas de modelitos de la época que en contarnos algo que nos pueda interesar.
A todo ello tampoco ayuda que queriendo ver a la hermosa y frágil Grace Kelly terminemos vislumbrando un personaje con la cara y actitud de Nicole Kidman, una interpretación más parecida a la meretriz de ‘Moulin Rouge’ que a una verdadera princesa. Gran fallo por parte del director y gran error de elección por parte de la actriz que parecía haber dejado atrás su época de fracasos para elegir buenos papeles (véase Rabbit hole), pero por lo visto fue un parón entre sus malas elecciones, así que podemos afirmar que vuelve a lo de siempre. Por lo demás, Kidman sale muy mona, muy elegante y, como no, bastante estática, situación de la que consigue salir en contadas escenas y donde puede verse un atisbo de la actriz que fue antaño y que podría volver a ser cuando a su “Alteza” le venga en gana.
Lo realmente triste en Grace de Mónaco es que arrancara más sonrisas y carcajadas que sollozos. En realidad deberíamos encontrarnos con un drama biográfico que compungiera al público o a cualquiera que se acercara a conocer este trozo de historia del principado, pero provoca más a la risa que al llanto, una risa quizás burlesca o a lo mejor de rabia contenida ante el despropósito que resulta ver esta especie de homenaje fallido a una de las estrellas más reconocidas del Hollywood de la edad de oro, una cinta que cuenta con demasiadas pretensiones, entre ellas la de hacernos creer que Grace Kelly fue una estratega política, casi una detective a lo Sherlock Holmes que, en sus ratos libres, descubría traiciones y estratagemas palaciegas; o engañarnos con un título igual de pretencioso y que la otrora Princesa de Mónaco era la protagonista de su película, un papel más dentro de su filmografía, cuando la realidad es que queda absorbida por su propio papel, el de princesa, y el principado al que acompaña. El drama con el que Dahan rompió al público en pedazos en La vida en rosa parece ser que se agotó, dejando paso a una ridícula versión de un melodrama caduco en busca de limosnas en forma de aplausos, pero por mucho que la mona se vista de seda, acuda a bailes de la alta sociedad o se reinvente para agradar a todo un pueblo, ahí se ha quedado.