Me encanta el cine de Goran Paskaljevic. Creo que es uno de esos últimos genios que aún nos quedan a los amantes del cine de la extinta ex-Yugoslavia, el cual aún mantiene toda la garra, fuerza e innovación de aquellos cineastas que surgieron a finales de los setenta en los Balcanes, vamos un maestro único poseedor de un universo que se encuentra en serio peligro de extinción en estos nuevos tiempos dominados por las prisas, la globalización y la tecnología. Erróneamente se suele comparar su cine con el del quizás más conocido y aclamado cineasta a nivel internacional de esa geografía, este es, Emir Kusturica, siendo esto un craso error. En mi caso particular, no trago para nada el cine de Kusturica, un autor cuyo arte creo se encuentra inflado por la confusión de comparar la caricatura grotesca sin chispa de gracia con la genialidad más absoluta. Sin embargo, si que me fascina y apasiona el cine de Paskaljevic y sé muy bien el porqué de este amor. En pocas palabras, Paskaljevic es el último juglar de Europa, un cuenta-cuentos metido a cineasta que ha sabido captar toda la esencia de las raíces de una geografía propia a través del sano ejercicio de fabular de manera hipnótica con historias sencillas surgidas de escenas cotidianas de la clase media baja Serbia así como de las minorías étnicas y religiosas que plagan la región del mundo en la que nació Paskaljevic. En su cine la caricatura (que en cierto modo existe) no es grotesca, sino plena de sensibilidad poética y verdad, no exenta de toques de alta comicidad que me recuerdan al cine que en los años ochenta realizó en España el maestro Fernando Trueba.
El cine de Paskaljevic podríamos calificarlo como una especie de re-fundación del realismo mágico clásico basado en los cimientos del cine puramente yugoslavo lo cual otorga a las criaturas emanadas del hipotálamo del de Belgrado un cosmos ciertamente singular e hipnótico que desgraciadamente no ha alcanzado los niveles de popularidad del arte de su compatriota y rival, el anteriormente mencionado Kusturica. Con esta carta de presentación que humildemente me he atrevido a dictar, qué mejor muestra para conocer en su esencia el atlas artístico de Paskaljevic que reseñar una de sus películas más personales, mágicas y magistrales como es sin duda Tango argentino. Resulta complejo delimitar el género que mejor se adapta a las características de esta pequeña joya del cine de los noventa. Y es que Tango argentino podría ser calificada como una comedia, pero igualmente como una tragicomedia costumbrista además de un profundo drama sobre la soledad y la complejidad de las relaciones humanas, pero por qué no, también como una mágica fábula realista sobre las conexiones existentes entre la infancia y la vejez, o como una cinta que rememora con nostalgia esa enigmática etapa que supone el abandono de la infancia para descubrir en primera persona el oscuro mundo adulto. Todo ello y mucho más, con tan solo 90 minutos de metraje, es Tango argentino.
¿Cómo consiguió Paskaljevic una mezcla de géneros tan cautivadora sin volverse loco y lo que es más importante sin producir confusión ni aburrimiento al espectador? Sencillamente gracias a su hábil puesta en escena que huye de todo halo de virtuosismo y complejidad, centrando su atención en montar una película dotada de escenas frescas de gran sencillez esquemática y narrativa que logran en todo momento el quimérico efecto de que el espectador se sienta identificado con los personajes desde el minuto uno del film. Me cautiva el viaje que plantea Paskaljevic a lo largo del discurrir de la historia la cual está montada en forma de un círculo perfecto que empieza y acaba en el mismo punto de partida: un pequeño terreno sito a las afueras de la gran ciudad que aspira a convertirse en el futuro en el hogar pleno de felicidad de la familia protagonista de la película.
Así la cinta comienza perfilando a la familia que vertebra la trama del film, una estirpe de clase media baja asfixiada por las deudas y la escasez de ingresos que conlleva la inestable vida laboral tanto del padre (un músico integrante de una decadente orquesta que únicamente da muestras de su quehacer en bodas y bautizos) como de la madre (una resignada esposa conocedora del carácter irresponsable made in Peter Pan de su cónyuge que trabaja cuidando ancianos para aportar el salario preciso para mantener a sus dos hijos: una enfermiza adolescente y un responsable infante llamado Nikola). El deseo de la familia se concentra en adquirir un pequeño terreno para construir una residencia apartada de la opresión y el sombrío ambiente urbano, el cual ha devorado las esperanzas de progreso de los integrantes de la misma. Un punto muy cautivador del film se basa en el hecho de saber esbozar la vida de la Yugoslavia capitalista situada entre la caída del Régimen de Tito y la inminente (la cinta se rodó justo en el año de la explosión de la Guerra de los Balcanes) demolición del país que supuso la maldita Guerra que asoló en los noventa a la antigua Yugoslavia. Si bien en un principio, parecería que la cinta va a optar por retratar las alocadas peripecias protagonizadas por el cabeza de familia Otag (debido al hecho de estar interpretado por el legendario actor balcánico Predrag Manojlovic, un habitual tanto de Paskaljevic como de Kusturica), conforme avanza el discurrir de la trama descubriremos que la cámara se centrará en el pequeño de la estirpe, el joven Nikola, el cual será el protagonista absoluto del film.
De este modo seremos testigos de las andanzas del pequeño Nikola, un solitario niño excesivamente responsable, el cual se auto-asigna la labor de sustituir al frente de su familia al irresponsable padre que le ha tocado en suerte. Así Nikola, convertido en un joven capitalista anhelante de maximizar los ingresos hogareños, no dudará en colaborar en el presupuesto familiar ejerciendo el trabajo de acompañante de los viejos solitarios para los que su madre trabaja como limpiadora. De entre todos los ancianos para los que labora, Nikola sentirá una enorme fascinación por el viejo Julio Popovic, un antiguo cantante de tangos cuyo reuma mantiene postrado en cama salvo en las pequeñas ocasiones que el dolor le permite ausentarse de su obligado letargo. A Julio, se unirán una tierna viejecita de lentes culo de vaso, así como dos solitarios ancianos, de modo que gracias a la mediación de Nikola formarán un entrañable grupo que calmará la triste soledad que imperaba en sus vidas. A medida que pasa el tiempo, Nikola mostrará una madurez innata que chocará con el carácter vividor y mujeriego de su alocado padre, lo cual provocará un incipiente alejamiento del muchacho del ambiente familiar para ser acogido por su nueva familia, en la cual el viejo cantante de tangos Julio ejercerá las labores de padre que no ha sabido ejercer el irresponsable Otac, siendo pues éste la guía que descubrirá a Nikola a través de sus fascinantes historias y vivencias del pasado los misterios de la vida adulta.
La película es ante todo una maravillosa fábula costumbrista de ambiente mágico y picaresco que describe con un tono sensible la demolición familiar causada por la escasa atención que los quehaceres del día a día inducen a unos padres que ya sea por su escaso seso o por sus obligaciones laborales apenas prestan atención a sus hijos, los cuales buscarán en otros brazos el afecto que no han sabido proporcionar sus ascendientes. Uno de los aspectos que más me maravillan del film es su espléndida metáfora que conecta el mundo de la infancia con el de la vejez, siendo por tanto éstos dos universos que se atraen inexorablemente. Y es que la vejez no es más que un retorno a la infancia, pero sin la compasión y el cariño que desprenden la debilidad de la misma, sino con la soledad y el desamparo como únicos acompañantes. Soledad que es destruida en Tango argentino precisamente por la mirada de la infancia que proporciona el joven Nikola, un niño que ejercerá funciones de adulto, pero cuyos sueños y anhelos seguirán perteneciendo al inocente universo infantil. Pero Paskaljevic conocedor de que son Tiempos de milagros dibujará una de las más bellas historias de amistad del cine reciente gracias a la enorme química que desprenden las interrelaciones entre Nikola y el viejo Julio. La realidad que impera en la vida de Nikola encontrará un lugar de reposo en las historias de ficción y fantasía que emanan de la mente del viejo cantor de tangos Julio. La vida se convertirá así para Nikola en una partitura que se moverá bajo la artística y pícara batuta del viejo Julio al ritmo del tango cantado por su viejo amigo en el cual habrá momentos de amargura, enredo y juego de piernas, pero también del sano juego de disfrutar de la vida en toda su plenitud.
Hay un par de escenas que no se me van de la cabeza aunque hayan pasado muchos años desde la primera vez que vi esta hermosa película. Una de ellas es la escena de la boda, en la cual el padre de Nikola una vez concluido súbitamente su trabajo de dar ambientación musical al banquete debido a la aparición de una inesperada tormenta en medio del evento, cometerá adulterio con una invitada al banquete ante los ojos del pequeño Nikola. La lección moral y de madurez que el hijo se encargará de dar a su progenitor es una de las escenas más maravillosas que recuerdo del cine de los noventa. Y sin duda no puedo quitarme de la cabeza el final de la película. Ya consolidada la relación sustituto del padre-hijo establecida entre Julio y Nikola, éstos emprenderán un reparador viaje juntos a la playa. Estos momentos de felicidad chocarán con la última secuencia en la cual un enfermo Julio se despertará asustado por un padecimiento súbito que le llevará a asomarse al crepúsculo que se dibuja en la ventana de la habitación. La mirada descompuesta del enfermo Julio se dirigirá una última vez a la del joven Nikola el cual se halla sumido en un profundo sueño. En la siguiente escena Paskaljevic nos sumergirá en la mente soñadora de Nikola a través del sueño que está manteniendo en ese justo momento: así la imagen nos transportará de nuevo al terreno que apareció al principio de la película en el cual la familia ansiaba construir su hogar futuro. En el sueño de Nikola padre y madre son felices bailando un tango rodeados de sus hijos ante continuas muestras de cariño. Y testigo de esta regeneración familiar es el viejo Julio, sin duda el faro que ha guiado a Nikola en ese duro camino que supone la pérdida de la infancia para descubrir la madurez. Sin duda un final poético, bello, demoledor y lacrimógeno que me hizo llorar a través del maravilloso recurso que es emplear el mundo de la fantasía onírica.
No cabe duda que esta es una de las obras más maravillosas y poéticas jamás llevadas a cabo por el maestro Paskaljevic, la cual nos tele-transportará en un fascinante viaje pleno de risas, lágrimas, tragedia, vejez, esperanza y tango, fundamentalmente tango, a un universo en el cual todos nuestros problemas y miserias seguramente hallarán solución si el viejo Julio ejerce de maestro enseñándonos que la vida no es más que un tango que hay que saber bailar para poder ser felices.
Todo modo de amor al cine.