La propuesta a tres bandas de David Galán Galindo, Esaú Dharma y Pablo Vara surge de un concepto satírico y casi reivindicativo de mostrar el absurdo que rodea a la parafernalia de los premios Goya; muy especialmente al Goya a mejor película de animación, cuyos requisitos y filtros dieron como resultado una única nominación en la gala pasada. Estos tres autores se proponen reventar el sistema creando un proyecto de mínimos requisitos, que opte a ese premio automático. Esto es Gora Automatikoa, una comedia metacinematográfica bien gamberra que se burla de todo lo que se le ponga por delante y que trata precisamente de esto, de la elaboración de una cinta de animación que puedan colar dentro de las nominaciones.
Como la película consiguió su nominación, aquí podría terminar mi reseña. La obra triunfó, logró su objetivo y demostró su punto. Eso sí, esta vez el Goya no será automático.
Lo que sucede con esto es que, si juzgo a Gora Automatikoa como broma y artefacto metanarrativo, no puedo más que alabar lo que han hecho estos tres directores con esta idea de bombero. Y puedo ir mucho más allá. Porque calidad hay, por mucho que se esconda en ese discurso meta de realizar una obra cutre y de mínimos. Este uso del montaje y de los recursos estéticos y narrativos para materializar esta gran burla no surge de manera espontánea, está claramente bien trabajado y medido. La animación es decente y perfectamente funcional intentando reflejar o reírse su propia simpleza, con diseños memorables y la fluidez requerida en cada momento. Y el ritmo está llevado con precisión milimétrica para evocar ese espíritu autoconsciente. ¡Si hasta tiene momentos musicales logradísimos! Es una broma, pero es una broma muy bien realizada y cuidada que tiene multitud de secuencias en las que queda patente que estos autores saben bien lo que hacen.
Dicho esto y repartidas las alabanzas correspondientes, debo confesar que me cuesta muchísimo entrar en su juego. De hecho, más allá de la calidad en su puesta en escena y de su ingenio recompensado de manera también bastante irónica y sospecho que autoconsciente, lo que es el filme, como experiencia, es un compendio de irregularidades y momentos muy cuestionables. No juzgo, sin ir más lejos, el sentido del humor que profesa con demasiada severidad, porque la siento como una película de colegas que no pretende apelarme a mí directamente. Pero es que, madre mía, maldita la poca gracia que tiene y qué agobio cuando lo intenta. Yo quiero disfrutar del aspecto contracultural y burlesco de la propuesta y cada vez que se construye un chiste se me cae el alma a los pies.
Esta falta de conexión con un aspecto esencial de la cinta también afecta inevitablemente a mi apreciación del resto de sus cualidades, aunque poco a poco voy entrando más en ella, más por ser capaz de filtrar la comedia más desafortunada que por su mejora en ese ámbito. Pero lo más sangrante es que, en sus peores momentos, me atrevería a decir, ni siquiera siento ese espíritu ácido que proclama, como si lo que ofreciese fuesen guiños pactados. Y tal vez sería gratuito decir que ésta es en realidad una película con la que la Academia se siente cómoda, y que al fin y al cabo forma parte de esa miradita al ombligo condescendiente que toda institución endogámica se permite de vez en cuando; pero desde luego su nominación no ayuda. El doble filo de realizar una burla, y que esa burla sea acogida con entusiasmo por aquellos a los que retrata, va a acompañarle siempre.
No quiero dar demasiado crédito a esa sensación, porque como digo no me parece justa y tiene un elemento de evaluación a posteriori. Lo que en todo caso extraigo de aquí es que Gora Automatikoa me funciona más a medias de lo que me gustaría y que no soy capaz de abstraerme de las ironías que rodean a su aceptación crítica y su entrada en las dinámicas que retrata. Esto, me temo, va a acompañar siempre a esta obra, y siempre va a ser un factor condicionante que en mi caso repercute de manera negativa. Una nominación bien merecida, en cualquier caso.