Aunque los hechos narrados, el contexto y su tono nos trasladen a un estado de ánimo de espectro opuesto no es exagerado señalar que Gook, dirigida por Justin Chon, está emparentada con el clásico generacional Clerks. Ya no es tanto por las similitudes obvias con dos personajes principales, un establecimiento marginal o incluso por su uso de un blanco y negro contrastado que busca dotar de mayor realismo a la trama. No, las raíces de este encuentro van más allá y nos transportan más bien a un contexto concreto, una época marcada por una rabia generacional que se abría paso de diferentes maneras.
Si Clerks podría ser un manifiesto irónico sobre la Generación X y su trasfondo musical grunge, Gook nos transporta a otro tipo de rabia, a todo un grupo de gente cuya condición social no puede estar más lejos de ese grupo de blancos sin rumbo que retrataba Kevin Smith. No, aquí la rabia es racial, es de clase, de un lumpen que lucha en los guetos por las migajas de un mundo que les bombardea con lo material y una presunta igualdad, mientras los relega a una marginación absoluta.
Sí la música que adornaba Clerks era el grunge aquí estamos en territorio del gangsta rap y el lugar los suburbios de Los Angeles. Compton, South Central y Paramount. La triada donde (mal)conviven latinos, negros y coreanos. Grupos enfrentados entre sí y cuya comunicación pasa por las malas miradas hasta la violencia más explícita. En este ambiente Gook (mote despreciativo para nombrar a los americanos de ascendencia asiática) nos traslada la lucha de dos hermanos coreanos por mantener a flote su tienda y al mismo tiempo establecer una conexión sentimental con una pequeña niña negra del barrio.
En este sentido el film se mueve entre el realismo afilado de la puesta en escena del conflicto y los oasis de sentimentalismo donde el tono adoptado nos traslada casi a la ensoñación, a la idealización de un sueño casi imposible. Chon muestra un gran cierto al definir el estado de la situación, a poner en un segundo plano las revueltas producidas por el caso Rodney King y centrarse en sus consecuencias.
Sin embargo el film adolece de capacidad de integrar los momentos más emotivos de forma eficiente, deslizándose hacia el sentimentalismo más obvio y creando más que empatía, una sensación de subrayado emocional de lo que ya se hacía evidente. El problema pues es que lejos de profundizar, la sensación que da es que estos pasajes aparecen más como oasis de tranquilidad que como mecanismos integrados en la trama para dotarla de mayor empaque. En este sentido el discurso articulado se queda un tanto disperso, con subtramas desperdiciadas o despachadas de forma no demasiado concluyente y con unos giros de guion poco convincentes que desembocan en un desenlace cuanto menos sorprendente por lo incoherente o gratuito.
Gook es pues es otro punto de vista sobre la rabia de los 90, un intento de poner el foco sobre una realidad más palpable y más dura que ese ‹angst› existencial un tanto acomodado de la juventud blanca de la época. Una muestra de una violencia y un malestar absolutamente desenfocado que, al igual que la película, no resultó más que una llamarada y un grito de atención mal dirigido y ejecutado. Sí, Gook es un retrato de un momento y un lugar que se queda en la superficie, falto de esa profundidad necesaria para ir más allá de lo pictórico y ser un manifiesto social y político.