Uno de los argumentos más poderosos para posicionarse a favor de un producto como Glorious es su vocación de desmitificación a la par que mantener la capacidad de respetar los iconos a los que hace referencia. Y es que, no nos engañemos, aunque el nombre Chtulu no aparezca de forma explícita, todos sabemos de que y de quién (si es que se puede decir así) se está hablando en todo momento. Aunque claro está, que el último lugar donde esperábamos ver a alguna semi-deidad sería atrapada en un mugriento lavabo de un área de servicio.
Pero más allá de esta premisa, original y chocante, Glorious va unos pasos más de su vocación de idea aparentemente más propia de cortometraje o, incluso, de producto cercano a los vericuetos de la serie Z con su profusión de humor dudoso e interpretaciones cercanas al desguace actoral. No, lo único humorístico en Glorious es su premisa, a partir de aquí entramos en un terreno más próximo al delirio visual y sangriento de un Joe Begos con su correspondiente dosis de mala leche y giros argumentales de ética retorcida.
Lo que Rebekah McKendry, directora del film, hace muy bien es transformar su pieza en una obra perfectamente autoconsciente. Al igual que el espacio reducido donde transcurre la acción, Glorious transita dentro los márgenes de sus propias limitaciones. Bordeándolas, sí, pero nunca yendo más allá de lo necesario de manera que la propuesta reventara sus costuras definidas de género, aportando las dosis justas de gore, drama e incluso un ‹twist› final que, lejos de parecer una maniobra gratuita de impacto, resulta perfectamente coherente con lo desarrollado durante todo el metraje.
Por ello Glorious es algo más que lo que podríamos denominar un film anécdota. Es un producto bien planificado, que convierte lo chocante de su premisa en un mero punto de partida. Un enganche, si se quiere, que parece absurdo pero que permite desplegar una gran cantidad de ideas visuales y transitar por espacios genéricos que van desde el horror cósmico hasta lo mugriento de la depravación sexual. Y todo ello manteniendo un tono que, sorprendentemente, se siente coherente, firme sin caer en la más que posible dispersión ante tal variedad de elementos.
Todo ello sin renunciar en ningún momento a su vocación de serie B, quizás hasta demasiado. No tanto por defecto (al final el producto es el que es) sino sencillamente por las propias limitaciones presupuestarias que un producto como este tiene. Quizás, por poner algo en su debe es que, a pesar de su conciso metraje, a veces da la sensación de la necesidad artificial de estirar el chicle argumental de ciertos enigmas. Aunque en su favor hay que decir que su resolución, el giro final ya comentado, sin ser un prodigio de originalidad, está bien trabajado en los detalles, de manera que aunque no del todo sorpresivo si consigue satisfacer la expectativa.
En conclusión, Glorious puede que no sea una obra especialmente memorable, ni tan siquiera redonda, pero sí sabe combinar con acierto su ambición con lo limitado de sus posibilidades. Una obra de género que hace honor a su nombre. Y es que a pesar de su aspecto de serie B, de cierto colorido muy del siglo XXI y un formato a veces demasiado televisivo tiene un aroma a pequeño clásico, de aquellos que se agradecen con una sonrisa en la boca tras el visionado.