Give me Liberty podría ser fácilmente asimilable a ese tipo de comedia negra tipo ¡Jo, qué noche! en la que una jornada aparentemente rutinaria acaba convirtiéndose en un pandemonium de situaciones a cual más alocada y bizarra. Lejos estamos, sin embargo, de ese retrato glamouroso neoyorkino (y su correspondiente reverso oscuro de marginalidad) que nos ofrecía Scorsese. Aquí, el punto de partida ya es directamente un infierno tanto social como personal: barrio marginal y personas con algún tipo de deficiencia o status cercano al lumpen forman un cocktail que no hace presagiar nada bueno.
Kirill Mikhanovsky nos propone un viaje a cargo de un joven conductor de camioneta encargado de trasladar a personas con capacidad disminuida a diversos lugares, que encontrará todo tipo de vicisitudes en su trayecto. Algunas relacionadas con el propio trabajo, otras con las condiciones sociales del barrio y, también, con su propia familia. Un trayecto que no solo es una larga jornada de situaciones extrañas y alocadas, sino también un tránsito por un periplo de emociones que sufrirán diversos altibajos.
Filmado casi en formato documental, Mikhanovksy trata tanto de hacer palpable el contexto tanto a base de formato como de acumulación de personajes y espacios reducidos. Momentos que pueden llegar a recordar gags como el del famoso camarote de los Hermanos Marx pero restándole, eso sí, una ingenuidad que es convenientemente sustituida por una acidez y negrura propia del entorno.
Y es que, más allá de este arranque humorístico por la vía de la tragedia esperpéntica, poco a poco Give me Liberty va derivando hacia un asentamiento (que no una pausa) que, una vez definidos los personajes, permite explorar los conflictos sociales y personales del entorno. Es quizás aquí donde el directo adolece de consistencia al ceder a la tentación del edulcoramiento argumental mediante recursos lacrimógenos un tanto manidos y, también, a una languidez aleatoria visual que tiene más que ver con una concepción equivocada de lo lírico que de la coherencia necesaria con el conjunto.
Es por ello que Give me Liberty es un film que vive un conflicto consigo mismo de forma evidente. Sabemos lo que quiere y, de entrada, también cómo. Pero su profusión de digresiones y de saltos formales a capricho le resta capas de interés e incluso un ápice de credibilidad. Por ello mismo no podemos discernir hasta qué punto se trata de una obra con auténtica vocación reivindicativa o una simple exhibición de esteticismo vacuo con pretensión de trascendencia.
Sí, al film de Mikhanovsky le falta ser algo más implacable con su discurso, sin ceder a tópicos “Paulo Coelhistas”, y más áspero en su faceta visual o, al menos serlo durante todo el metraje ya que, precisamente al adolecer de ello, acaba por convertir la obra en aquello contrario a lo que presumiblemente quería ser: una simpática nadería que, por si fuera poco, no es tan divertida como pudiera parecer sino más bien una discutible miscelánea de ideas y situaciones tan bien ideadas en su planteamiento como mal ejecutadas en su despliegue en pantalla.