Aunque es bien sabido que el caballo ganador de Giuseppe Tornatore siempre ha estado en esos dramas con algo de fabulístico que encontraron techo en Cinema Paradiso y su Oscar en 1988 a Mejor película de habla no inglesa, el cineasta italiano siempre ha asido una doble vertiente que le ha llevado a sacar lo mejor de intérpretes como Roman Polanski (que, si bien es cierto no se prodiga en exceso, ha dejado construcciones tan geniales para la historia del cine como su Trelkovsky) o Gerard Depardieu, e incluso a construir thrillers de un pulso y una brillantez fuera de toda duda. Es el caso de Una pura formalidad, que reunió a los actores recién citados, o de El profesor, debut de Tornatore y trabajo sobre la llamada Nueva Camorra Organizada protagonizado por un inmenso Ben Gazzara.
Inspirada en la figura del famoso capo Raffaele Cutolo y basada en los hechos que implicaron a numerosos personajes del mundo de la política transalpina, El profesor es un título que entronca en algunos aspectos con el «poliziesco» italiano, pero sin llegar a su suciedad y crudeza, ni a la profundidad discursiva de algunos autores como Elio Petri (aunque el personaje de Gazzara deje, gracias a esos memorables diálogos, perlas inimaginables para la posterioridad), compaginándolos con la pericia descriptiva y la sobriedad narrativa de los grandes títulos del cine de mafias moderno hasta ese momento (que engloban, básicamente, las dos primeras partes de El padrino, Érase una vez América y El precio del poder).
En su arranque, se nos describe en unos pocos minutos uno de esos momentos que marcarán el devenir del protagonista tras una descarnada secuencia que culmina con un gran encadenado. Probablemente, germen que moldeará una naturaleza violenta por la que terminará en el presidio tras asesinar con una frialdad inconcebible a un pobre diablo que iba detrás de su hermana. Entre cuatro paredes y unos barrotes, idóneos para curtir a un tipo que bien pronto se ganará el apodo de El profesor por redactar las cartas que el resto de presos desean mandar al exterior, se topará con Don Antonio Malacarne, uno de los principales nombres de la Cosa Nostra al que no tardará en enfrentarse. Primero, en un encontronazo en el patio, y más tarde cuando con la salida del que será mano derecha de El profesor, rete a Malacarne a una pelea a navaja en ese mismo lugar.
Rodeado de escepticismo, y tras una medida secuencia que supura una extraña tensión, El profesor empezará a ganarse sus galones en la cárcel tras no presentarse Malacarne. A partir de ahí, y gracias a su mano derecha Alfredo Canale, iniciará la construcción de un pequeño imperio en forma de sociedad sellada con juramentos de sangre, y la Nueva Camorra Organizada será una realidad. Con su hermana, Rosario, llevando las cuentas en el exterior, y con la ayuda de Canale, tomará el puesto que ocupaba Malacarne en el estatus interno de la prisión e incluso iniciará acuerdos con algunos de los distintos grupos mostrando una dominancia que llevará a nuestro protagonista a prosperar rápidamente.
Así es como se inicia la clásica historia de ascensión y declive que nos llevará a diversos episodios de la vida de este personaje histórico. En ese mosaico, un primerizo Tornatore demuestra saber desenvolverse con aplomo adaptando la novela Il camorrista de Giuseppe Marrazzo, y pese al extenso metraje de la cinta sabe compensar los escasos badenes con secuencias que, además de poseer una portentosa planificación (ese asesinato a navajazos en el patio, la emboscada que le tienden a El profesor…), intensifican con raza y carácter momentos que ni siquiera necesitan recurrir a la vehemencia típica de esas situaciones, más bien se cuecen desde la quietud y el tremendo temple que muestra el italiano cada vez que tiene ocasión para ello.
La radiografía realizada por Tornatore, complementa además ese particular microcosmos en el que nos sumerge algo más de dos horas. Una radiografía que no sólo nos lleva ante la traición, miseria e incontinencia de un mundillo que en ocasiones se ve afectado por las impetuosas consecuencias que lo rodean (ese beso a Canale, los tira y afloja con el mafioso americano, etc…), sino también ante la figura de un tipo tan virulento como frío, tan calculador como irónico, que deja entrever su catadura en secuencias tan portentosas como la del amotinamiento (la tenacidad demostrada manejando y reconduciendo la situación no tiene parangón) o la del propio juicio, donde con ironía y mucha frialdad demuestra que ni siquiera la justicia es capaz de ponerlo en cintura.
La visión que el cineasta transalpino maneja en El profesor está, pues, alejada de otras visiones románticas como la de la ya citada El padrino. La mafia, descarnada e intempestiva, nos es mostrada aquí desde sus entrañas: el «modus operandi» que nos lleva desde la coacción al ciudadano de a pie y los pactos entre distintas organizaciones son explicitadas con todo lujo de detalles en una propuesta que, lejos de querer recrearse en todo ello, más bien busca hurgar en los instintos más bajos y primarios de unos seres sin escrúpulos que viven por y para ellos. Quizá el principal handicap en ese sentido es que las trazas de un personaje tan pintoresco en ocasiones como es El profesor nos acercan más que alejarnos de esa corriente de podredumbre moral.
En ese ambiente creado por el autor de La desconocida, Ben Gazzara se siente como pez en el agua y, ya sea mostrando la evolución de un personaje que llega a sorprender con su brutal sarcasmo (el momento de la cena, reconociendo que él es un instigador de la mafia es, sencillamente, magistral) o arropando a los personajes secundarios (de entre los que destacan Leo Gullotta en el papel del comisario, quien incluso obtuvo una nominación a los David di Donatello, y Laura del Sol como su hermana Rosario) que le rodean, ofrece un inconmensurable recital interpretativo a la altura de pocos.
Por otro lado, Tornatore, que se aleja en El profesor de todas aquellas constantes que le llevarían a triunfar, aunque ya podemos atisbar algún que otro apunte del cineasta que mas tarde dirigiría Cinema Paradiso como ese flashback donde el protagonista pide a su hermana una mansión (supuestamente, relacionada con su pasado), sabe componer un fresco tenso, representativo y, cuando lo requiere, incluso violento de aquello que muy pocos se han atrevido a retratar como él, y que no sorprende que incluso llegase a ser retirado de circulación ante el estremecedor documento que puede llegar a ser un debut tan loable como infranqueable.
Larga vida a la nueva carne.