El planteamiento de Jeremy Dyson y Andy Nyman, ofrece la típica sitación de buenas y malas noticias. La buena, es que estamos ante un producto dirigido por gente que ama, conoce y respeta el género y por ende lo abordan desde un respeto y amor por los códigos de la vieja escuela que es de agradecer. La mala es que se nota, esencialmente en su desenlace, que estamos ante dos directores noveles cuyo manejo de los tempos y el material del que disponen no acaba de ser todo lo afinado ni certero al respecto de las expectativas planteadas.
Estamos ante un film que respira atmósfera e ideas de la antigua Hammer por todos los poros. Un producto de horror inglés que se reconoce y se muestra orgulloso de sí mismo. Para ello no se recurre a los tópicos de casas victorianas, ni leyendas del pasado sino que construye su atmósfera a través de una cotidianidad marginal, de ambientes al borde de la podredumbre y de personajes que así mismo parecen responder a estos escenarios en su estado anímico. Una suerte de retroalimentación que va ‹in crescendo› a través de sus episodios y consigue generar no solo inquietud, sino la sensación de que se está construyendo una mitología nueva, un reboot del horror social que ya no necesita el pretérito decimonónico para asustar a la audiencia.
Lo irónico radica precisamente en la capacidad de crear esta inquietud partiendo de la idea de la desmitificación, del desmentido de lo sobrenatural. Gracias a ello compartimos ese creciente estado de ansiedad y desasosiego que sufre el protagonista cuando descubre que las paredes de lo racional se tambalean y pueden derrumbarse facilmente, derrotando así a toda una construcción de lo que consideramos real, explicable i/o científico.
Es en este sentido que Ghost Stories se autoconstruye a través de la dualidad, de la lucha entre las distintas verdades planteadas, entre la incredulidad ante lo imposible, el autoconvencimiento mentiroso y lo inexplicable que, sin embargo, sucede. Es en este punto en el que, como decíamos al principio, Dyson y Nyman embarrancan al no acabar de desarrollar de forma más precisa esta situación conflictiva y cortan por lo sano en pos de un giro tan efectista y explosivo como poco coherente en formas y atmósfera con lo explicado anteriormente.
El error está pues en la contradicción que supone el formalizar el formato cuento a través de una obligada explicación final, por rocambolesca y fuera de lugar que sea, cuando se imponía, quizás, un mayor atrevimiento, paradójicamente en forma de contención formal, en cuanto a poner por delante de todo ciertos enigmas sin resolver. Al fin y al cabo, si estamos ante un film cuya idea central pivota en torno al misterio y al discernimiento sobre la existencia o no de lo sobrenatural, ¿por qué no dejar esa libre elección al espectador a través de un desenlace no tan explicativo?
A pesar de todo ello, Ghost Stories es un film a valorar por sus aciertos, ideas y construcción formal por denotar que sus directores tienen camino a recorrer y perspectivas correctas en cuanto a un enfoque de género que se está perdiendo en pos de artificios, ‹jump scares› y trenes de la bruja de feria de tercera. Sí, Ghost Stories nos muestra cómo se puede generar y construir culto, leyenda, sin la necesidad de chillarlo en cada fotograma. Solo a base de paciencia, sobriedad y mimo.