Hace no demasiado tiempo participaba yo, como mero espectador, en una tensa discusión sobre qué término es el correcto para referirse a la ahora llamada diversidad funcional. Uno de los sujetos decía que llamar discapacitada a una persona no era algo negativo ni un agravio, mientras el otro afirmaba que lo correcto era hablar de personas con discapacidad, pues lo anterior era una falacia. En un momento dado del diálogo, el clímax, por así decir, la segunda persona, visiblemente molesta por los derroteros de la infinita conversación, llamó a la primera persona «gilipollas».
Por cierto, antes de empezar con la crítica: Si uso términos potencialmente mal vistos para referirme a personas con alguna deficiencia física, mental, intelectual o sensorial es porque no me gusta repetir palabras e intento evitarlo siempre que puedo. Pido perdón de antemano a los posibles ofendidos.
Ghadi (2013) fue la comedia libanesa seleccionada para representar a su país en los Oscar 2015 como Mejor Película de Habla no Inglesa (llega con un poco de retardo a nuestro país). Más que una comedia, definiría Ghadi como una película de buenas intenciones, entre ellas la de ser especialmente esperanzada, bordeando siempre la ingenuidad y con ello el escepticismo en el espectador. Con un aroma claramente costumbrista, la película mezcla religión y discapacidad como si el guionista Georges Khabbaz y el director Amin Dora creyeran que nadie va a ver la película pero suponiendo que en cualquier caso la verán. A ver si me explico.
Ghadi, como película, no falta a nadie, se nota el cariño por cada uno de sus personajes, por su barrio y sus costumbres; sin embargo, los personajes se faltan un poco entre ellos. Nuestro protagonista, Leba, tiene un hijo con trisomía 21 o síndrome de Down y le deja toda la tarde y la noche en la ventana dando gritos o mirando la calle sin más. Así dicho, la cosa suena bastante mal, como si estuviéramos ante un mal padre o algo, pero no, es al contrario, el niño está ahí porque le gusta. Leba de pequeño era igual, salvo por lo de gritar. Además, en su casa hay mucho amor, todos son muy felices y este hijo, el último de tres, supone para ellos, y especialmente para el padre, una bendición.
En cambio, los vecinos del barrio están cada día más hartos de él, lo ponen a parir tras las puertas cerradas, en el bar y allá donde llegue el grito del niño. El pueblo decide entonces proponer al alcalde que, si el padre no se hace cargo y envía al chico a un centro especializado en tratar personas con discapacidad, lo haga el propio ayuntamiento.
Entonces, de repente, a Leba, maestro de música de profesión, se le ocurre una idea genial para evitar las dos únicas salidas que le han dado, en vista de que a él y a su familia no les molestan los gritos que salen de su hogar ni le van a pedir a su hijo que no haga esos ruidos tan alto o algo así, con educación y paciencia. No cuento qué se le pasa por la cabeza a Leba para que un pueblo entero acepte a su hijo, ni entro a valorar si merece la pena hacer lo que hace para conseguirlo, si tiene sentido vivir en un pueblo con personas así, porque ahí también radica gran parte de la gracia de la cinta. La otra parte reside en el espíritu inicial del propio film, en esa primera media hora introductoria, en cierto modo similar a la esencia que tienen o buscan películas como Cinema Paradiso, aunque sin Ennio Morricone dándolo todo.
Ghadi muestra el retraso… el retraso de la gente capacitada, de la gente corriente y moliente, sobre todo cuando se junta entre sí o se les menciona a Dios y los ángeles. Pero es tan bienintencionada y cuenta con un protagonista tan inocente, que uno puede dejar de lado toda clase de sinsentidos e incoherencias de una trama que desea que los protagonistas de la historia posean su mismo carácter. Yo no he podido apartarlos demasiado, los sinsentidos, ni las creencias, ni la evolución de los acontecimientos; poca cosa me ha resultado creíble, aunque es bonita, eso sí, porque intenta ser humana, porque cree en la bondad de las personas que chismorrean, roban, son corruptos, se prostituyen o trafican influencias. Cree en ellas, siempre y cuando haya un ángel que los observe y los premie en base a sus buenos actos.
En cualquier caso, y seamos como seamos cada uno, con más o menos diversidades funcionales, Ghadi es una película agradable de ver, con una dirección bastante correcta, aunque cuenta con una voz en off excesiva y demasiado explicativa, con un desenlace que se alarga de más y con un guion que se sabe muchas preguntas, pero que ha olvidado contestar a las más importantes, a las que se hará el incrédulo espectador. Este optimismo no emociona y contiene un mensaje cuanto menos digno de análisis.
Después de que la persona 1 llamara gilipollas a la persona 2 no se me ocurrió otra que meterme en la conversación para corregir a la persona que insultó primero, para decirle que lo correcto sería llamarle persona con gilipollez o gilipollismo. A ambas personas, 1 y 2, les pareció que mi comentario era en realidad una manera de apoyarlas y reafirmarlas en sus argumentos, pero ante la inquisitiva mirada de las dos decidí que era el momento de huir con un imprevisible cambio de tema.