Bruce LaBruce deja a un lado la habitual serie B que ha poblado su carrera estos últimos años con títulos como Otto; or Up with Dead People o L.A. Zombie, y lo hace para entregarse a uno de esos títulos que arrancan con la vitola de pequeña gran película desde un buen comienzo, no tanto por una temática más bien particular —y que, en realidad, no deja de ser un pretexto para el canadiense—, sino por una conjunción de elementos que ya configura desde un buen principio Gerontophilia como una de esas películas con duende que, casi sin quererlo, poseen algo especial que traspasa el cinematógrafo y termina instalándose en el espectador, quien sin saber muy bien cómo, termina entrando en el juego de LaBruce con una facilidad inesperada.
Todo ello no queda establecido como podría parecer a través de la construcción de unos personajes destinados a resultar empáticos, ya sea por su (en parte) carácter excéntrico, o por ese punto diferencial que, en términos generales, se podría decir que marca la obra de LaBruce. Lo que más bien permite a Gerontophilia disponer ese contacto es el modo en como el cineasta establece las distintas relaciones entre sus personajes, que en realidad no son más que un certero reflejo de hacia donde se dirige el film en todo momento y, sobre todo, de qué manera. Son, de hecho, esas relaciones a través de las que LaBruce dilucida en cierto modo el fondo de un film que, como es obvio, va más allá de ese descubrimiento que el joven protagonista comparte con el espectador, las encargadas de dotar de un discurso coherente a Gerontophilia.
Su mayor acierto, no obstante, no reside en un discurso donde LaBruce prácticamente extiende su vena revolucionaria a un marco un tanto particular, sino en la consecución de un tono que afortunadamente decide encontrar en la ligereza que puede otorgar un género como la comedia su mayor aliado. Desarma de este modo un drama (liviano, pero drama al fin y al cabo) que podría haber tenido más peso en un film como Gerontophilia, y juega todas sus cartas en un mismo sentido, dejando que el vínculo entre su protagonista, Lake, y ese anciano que prácticamente abrirá las puertas a un universo inexplorado, el señor Peabody, ejerza como principal conductor de ese carácter que LaBruce imprime en la propuesta.
Si bien es cierto que el canadiense consigue con Gerontophilia una de esas propuestas ligeras, en ningún caso se puede hablar de una cinta insustancial, porque lo cierto es que es capaz de aunar una voz propia y prácticamente suscitar en el espectador una especie de rebelión, entre atrevida y desenfadada, que él mismo podría decirse motiva en el cine «queer» cada vez que realiza sus singulares aportaciones. Más allá de todo ello, Gerontophilia es una obra totalmente disfrutable porque sabe hacer de sus virtudes un arma de doble filo: capaz de enarbolar ese mensaje, también conoce a la perfección los mecanismos para generar empatía y, por qué no, dejar una de esas impagables sonrisas en la boca del respetable, que quizá terminan revistiendo en la mente de uno los leves defectos de la película, aunque ello poco importe si el sabor de boca mientras aparecen los créditos a ritmo de Pulp es tan bueno.
Larga vida a la nueva carne.