Con el reciente estreno de Blue Jean (2022) resulta muy esclarecedor echar la vista atrás a uno de los cortometrajes anteriores de su directora Georgia Oakley, Little Bird (2017). Primero por la realización de ambas obras como películas de época —la primera en Newcastle en 1988, la segunda en Londres en 1941—. En ambos casos utilizando fotografía en 16 mm, cuya textura se adapta a capturar cierto sentido histórico, al alejarla de la filmación en digital en sus distintivas imágenes, que parecen sacadas de otro tiempo y ayudan a construir su atmósfera con el específico uso de la luz en sus encuadres. Segundo, por la utilización de contextos muy específicos para que transcurra la acción: si en su primer largometraje el trasfondo tiene que ver con la ofensiva conservadora contra cualquier expresión de promoción de la homosexualidad a través de los gobiernos locales de Gran Bretaña, en este cortometraje la ambientación está ligada al bombardeo por los nazis del Reino Unido y al esfuerzo de guerra que pretendía promover el alistamiento voluntario de las mujeres. Es en este punto en el que encontramos a la protagonista del cortometraje, Prudence (interpretada por Emily Taaffe, que también escribe el guion), cuando se presenta en la oficina de reclutamiento.
Estos dos momentos históricos concretos son vistos por Oakley como una oportunidad para hablar de ellos a través de la experiencia personal de sus personajes. Dos mujeres que se enfrentan a su entorno desde unas posiciones ligadas a su identidad y los roles de género que restringen sus posibilidades para actuar. En Blue Jean tiene en cuenta la homosexualidad de su protagonista y cómo esto desafía tanto su lugar en su trabajo de profesora de educación física como su posición respecto a su familia, filtrada por la ola de represión al colectivo LGBT instigada por las instituciones políticas. En Little Bird entra en juego también el estado familiar y personal de una joven que supuestamente se ha quedado sola tras la muerte de su tía durante un bombardeo. En su entrevista con la estricta oficial Simpkins (Imelda Staunton) le explica una serie de excusas para justificar la ausencia de una solicitud que nunca llegó a su destino. Como se desvela el final, toda una historia que —aunque emocionalmente es auténtica como su deseo de empezar una nueva vida en el ejército— responde a otras necesidades ocultas, sobre las que debe mentir para poder tomar su lugar en el frente como cualquier hombre, al que no le exigirían los mismos requisitos.
Igual que ocurre en Blue Jean, la composición de los planos estáticos, el uso de reencuadres o reflejos y un exquisito sentido de la iluminación junto al trabajo de dirección artística —especialmente respecto a la elección de la paleta de colores— acompañan de manera extraordinaria a la incuestionable capacidad de las dos actrices para elevar los diálogos en su verosimilitud. Una escena que muestra la habilidad de la directora para manejar los planos de reacción sobre sus actrices, su foco en la contención de las emociones y el sutil subrayado a través de los primeros planos. Esta secuencia deja también como un enigma los verdaderos motivos por los que Prudence quiere alistarse. En otra escena en una oficina de telégrafos, la malla de cable que la separa de la empleada ayuda a expresar simbólicamente su situación. Está atrapada por unos motivos que se revelan como uno de los tantos estigmas que las mujeres debían soportar y mediatizaban para siempre su vida en aquellos momentos. Una situación familiar de la que Prudence parece huir para encontrar algo de libertad, incluso en mitad del colapso mundial y la destrucción que supone la guerra.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.