Jorge es un enfermero cuya vida pasa por ser la de un cualquiera, con el añadido de una dosis de soledad que parece provocarle un cierto aburrimiento y pesar. Todo es así de monótono hasta que, de repente, descubre un filón para dar un vuelco a su carrera profesional: se declara autor de las obras pictóricas que realmente pertenecen a un anciano de los que cuida. Desde ese momento, Jorge podrá sentirse como un artista real, por mucho que su nada carismática personalidad parezca demostrar que la cosa sigue igual.
La dupla argentina que forman Mariano Cohn y Gastón Duprat es la encargada de dirigir El artista que, precisamente, fue el primer largometraje de ficción que pudieron añadir a su carrera cinematográfica. Diez años después, la pareja ha decidido separar su rumbo y, mientras Cohn prepara el estreno de su film 4×4, Duprat acaba de ver cómo la cartelera española acogía Mi obra maestra, también relacionada íntimamente con el mundo del arte.
En este sentido, El artista trata varios aspectos relacionados con este sector de la cultura. Entre ellos, el siempre complicado término medio entre gozar de paladar artístico y ser un pedante esnobista. Duprat y Cohn quieren mostrar de inicio, con ocasión de la primera visita de Jorge a una galería de arte, cómo el mundillo posee un aroma bastante elitista en el que es muy difícil entrar salvo que se cumplan unas ciertas pautas. También son dignas de mencionar las interpretaciones que muchas de estas personas extraen de las obras de los artistas, circunstancia que recuerda al pecado que en ocasiones cometemos los que escribimos reseñas cinematográficas, cuando vemos en la película algún detalle que ni siquiera el mismo director tenía intención de introducir; dicho de otra forma, vemos lo que queremos ver y no lo que el artista realmente quería mostrar.
Ya en Un ciudadano ilustre Duprat/Cohn analizaban con socarronería y acidez el postureo de la clase política, dejando al escritor como un tipo normal que, al mismo tiempo, peca de un ego fruto de la borrachera de éxito que se le ha metido en el cuerpo. En cierta manera, El artista refleja algo de similar carácter, pero en el sentido opuesto. Jorge es un hombre normal, quizá demasiado común, puesto que las pocas palabras que pronuncian sus labios carecen de fuerza, convicción y argumentario. Sin embargo, es aupado por la multitud a causa de su supuesto talento. La galería de arte le recibe con los brazos abiertos, el público que admira la pintura pone su abrigo en el suelo para que pise, e incluso consigue que una mujer entre en su vida como cuchillo en mantequilla.
Un detalle genial que tienen Duprat/Cohn en El artista es que evitan en todo momento mostrar la obra pictórica de Jorge —o del anciano, mejor dicho—. Los cineastas se limitan a recoger, tras una falsa pared, las caras de aquellos que contemplan los cuadros. La importancia de esta decisión radica en que los espectadores no podemos enjuiciar los trabajos del protagonista y, en consecuencia, nuestra opinión sobre él se dirigirá únicamente hacia su propia persona y no hacia el propio trabajo pictórico. Una hábil maniobra de ocultamiento que puede hacer que nosotros mismos quedemos retratados desde el otro lado de la pantalla.
Esa manera tan sarcástica de destapar las vergüenzas de la sociedad partiendo de una muestra nada aleatoria —que se acentuará en Un ciudadano ilustre— resume bien el trabajo que realizaron Duprat y Cohn en materia cinematográfica mientras colaboraban en pareja tras las cámaras. Esta ácida crítica, narrada de una forma que raya la extrema sutilidad, no termina de lograr un triunfo en El artista, pero sin duda sirve para que veamos claramente las bases que años posteriores se solidificarían en un éxito fílmico.