Primera parte de una trilogía que reuniría a Georges Lautner y Michel Audiard (que fue, en efecto, padre de Jacques Audiard, además de guionista de films como El comisario Maigret o habitual de Henri Verneuil en tareas de escritura), Gángsters a la fuerza podría ser considerada la piedra angular de este trío de films que forman también Los barbudos (1964) y Los gángsters no se jubilan (1966), y que iniciaría a principios de los 60 un sugestivo ejercicio humorístico en el que la figura del gangster pasaba de ser una de esas vigorosas y tensas figuras que poblaron el panorama en el cine norteamericano de los años 40 y 50, a un elemento cuasi irónico que encuentra sus principales bazas entre una galería de personajes estupenda y momentos que es difícil emparentar con algún tipo de humor a la europea en concreto.
Lo que si parece tener claro Lautner es su esencia al revestir a esta Gángsters a la fuerza de un tono de lo más distendido al que acompañan secuencias que bien podría parecer que nos remiten a la ‹screwball comedy› y en realidad se alejan meridianamente de esos páramos para desembocar en un ejercicio forjado mediante sus diálogos y un empleo del sonido que busca (sin demasiado éxito, todo sea dicho) poner en clave humorística esos momentos de más revuelo (principalmente, tiroteos). También influye en ese sentido un montaje que dota de mayor ritmo a la acción haciendo que el gag resulte más eficaz todavía. Tampoco está de más citar esas situaciones tan bien propuestas (el descacharrante momento en el que cuatro personajes se encuentran en la cocina, o esas hospitalizaciones ‹express›) como idóneas en un film que se nutre de ellas con inteligencia y mesura.
Como es obvio, tras un ejercicio como el acometido por el cineasta galo la historia acompaña y reúne los ingredientes necesarios para poder funcionar medianamente bien, trasladándonos al regazo de un antiguo gangster llamado Fernand Naudin que será reclamado por un amigo al que hace tiempo que no ve apodado “El Mexicano” para que, ante su muerte cada vez más próxima, cuide de sus negocios y, en especial, de su hija Patricia. Así, la trama se escindirá en dos partes que llevarán el film a terrenos no demasiado distintos pero sí a cierta descompensación a nivel narrativo.
En ese sentido, el narrativo, es quizá donde Lautner encuentra sus mayores problemas al no saber hacer circular en paralelo dos relatos que quizá hubiesen podido ganar enteros uniendo piezas y complementándose entre sí como sucede en un acertadísimo tramo final, pero que siempre se opta por escindir llevándonos por un lado a los problemas que tendrá Fernand con Patricia y su media naranja, un espigado, parlanchín y bohemio muchacho llamado Antoine al que no caerá en gracia, y por otro las vicisitudes del protagonista con los distintos cabecillas de esos negocios que llevaba “El Mexicano” y que no parecen resistírsele gracias a unas formas que bien podrían resultar germen del mito italiano Bud Spencer por lo tosco de las mismas y una brusquedad que no se había mostrado así hasta ese momento (o, por lo menos, hasta donde servidor sabe) en este tipo de cintas.
Encarnando a ese personaje tan basto en ocasiones parece sentirse Lino Ventura en una nube, pues encuentra en todos los personajes que le rodean cierto colchón en las secuencias más cómicas y se sirve de su complexión para dar forma a un mafioso que sin un ápice de elegancia o pulcritud sabe despachar con contundencia los dilemas que se le van planteando a lo largo de la cinta. Por otro lado, esos personajes que le secundan son un complemento perfecto que encuentran, primero en la entereza y sagacidad de su sicario, y más adelante en ese extravagante mayordomo (un magnífico Robert Dalban) o incluso en el padre de Antoine, el tono adecuado en cada momento para servir a Ventura como refuerzo.
Definitivamente, se podría decir que Gángsters a la fuerza es un ejemplo perfecto de como otorgar la suficiente presencia a los secundarios para construir un trabajo de tono marcadamente irónico (e incluso con dejes de parodia en la figura de esos mafiosos que encarnan a los rivales del protagonista) en el que su parte más formal se termina superponiendo a las asperezas de trasladar a la pantalla dos historias en marcos distintos que terminan alcanzando su cénit en unos últimos minutos que, contrariamente a lo que podría haber sucedido por intentar resolver todos los conflictos de un plumazo, no sólo no se sienten atropellados ni mal distribuidos, sino que otorgan el colofón perfecto a una propuesta que sin duda encandilará tanto a los seguidores de la comedia como de un género, el del cine de mafias, que obtiene aquí una gran réplica gracias al respeto y admiración que se nota que el galo siente por él.
Larga vida a la nueva carne.