La segunda parte arranca justo en el momento álgido con el que culminó la primera, es decir, [Spoiler] con el asesinato de Sardar Khan tiroteado en su vehículo por los matones del clan rival [/spoiler]. Esta impactante escena servirá perfectamente para describir la atmósfera que va a presidir el resto de la epopeya. Y es que este segundo vector de la obra maestra del cine que es Gangs of Wasseypur es fundamentalmente una explosión de adrenalina desatada una vez efectuadas las presentaciones y perfiles necesarios que caracterizan el primer tramo de la obra. Si bien comentábamos en el artículo precedente que el primer episodio del film se asemejaba mucho al cine de mafias de carácter eminentemente social forjado en Italia, este segundo capítulo calca los paradigmas del cine del gran Martin Scorsese (con pinceladas estéticas en lo que respecta al montaje de las escenas de tiroteos que beben del Sam Peckinpah más descarado), fundamentalmente debido al ritmo vertiginoso (endiablado diría más bien) plagado de violencia descarnada, ajustes de cuentas y en definitiva, sangre en abundancia que Anurag Kashyap incluye sin rubor en su película.
Casi sin que nos dé tiempo a asimilar la muerte del padrino, Kashyap dará el testigo protagonista del argumento a su hijo Faizal Khan dibujando en paralelo el retrato de los cambios en los hábitos y costumbres de la comarca India experimentados en el período que abarca la década de los noventa hasta alcanzar el fin de la primera década del siglo XXI. Faizal juega el papel de una especie de Michael Corleone a lo oriental, obligado a pelear no solo contra los esbirros del otro lado de la acera delictiva, sino que también con los odios, venganzas, envidias y traiciones nacidos en el interior de los de su propia estirpe. Igualmente habrá cabida para una fugaz y extraña historia de amor que culminará en un colorista festejo matrimonial surgido al compás de la música made in Bollywood así como al olor que desprende la pólvora de los mortíferos calibres de los revólveres de los gangsters que plagan la pantalla de sangre y de espectaculares explosiones.
A pesar del deseo de Kashyap de surtir con interesantes gotas de melodrama el empalme de las escenas de pura acción, en este caso la intención dramática es vencida por el ritmo asfixiante y vertiginoso que define este tramo del film. El discurrir de la historia avanza a través de impactantes secuencias de tiroteos, persecuciones, ajustes de cuentas, vendettas, decapitaciones, trampas mortales en forma de coches bombas, guerras descarnadas entre los dos clanes rivales y asesinatos sin cuartel (de hombres, niños y mujeres), de modo que será el esbozo de la muerte el guión perfecto que surtirá velocidad al progreso de la trama. En este sentido, la cinta parece succionar en dos horas y media el cuarto de hora final de cada episodio de El padrino puesto que los diferentes miembros de ambas bandas irán cayendo como moscas sin que tengamos opción ni siquiera de parpadear.
Kashyap pone toda la carne en el asador en el montaje de las secuencias más violentas no dejando el más mínimo detalle al azar. Así no dudará en incomodar a los estómagos más sensibles con truculentas escenas tales como la ya comentada decapitación, desmembramientos de piernas tras crueles explosiones, salpicaduras de sangre inducidas por un sádico tiroteo a quemarropa, sangrientos tiros en la cabeza en los que se los oscuros boquetes en la frente dejan su mortífera marca en el rostro de la víctima o feroces machetazos incompatibles con la vida. Pero este esquema fundamentalmente gore no eclipsará el aspecto más hipnótico y cautivador de este desgarrador tramo, que no es otro que el ostentoso y grandilocuente bosquejo de las escenas de acción. La cinta ostenta una de las mejores escenas de tiroteo que recuerdo en el cine reciente (precisamente la secuencia completa y sin cortes de la escena que abrió la fábula en su primera parte), una escena para el recuerdo tanto por su realismo de fábrica como sobre todo por su nerviosa composición, la cual convierte la casa en la que tiene lugar en una especie de laberinto dantesco que devora la vida de los contendientes con la misma facilidad que un cancerbero muerde a sus enemigos. Los amantes del western clásico sin duda gozarán de lo lindo, puesto que es clara la proyección que hallarán en esta magnética secuencia con los fantásticos asaltos a los fuertes filmados por Anthony Mann o Gordon Douglas que tantas alegrías han dado a lo largo de la historia a los fanáticos del género por antonomasia del cine.
El resultado final de estas más de cinco horas de gran cine no podría ser más estimulante y enriquecedor. Sin duda Gangs of Wasseypur forma parte por méritos propios de la historia del cine de gangsters gracias a su poderosa y virtuosa puesta en escena, la cual sirve para reinventar, desde la llamada a los grandes clásicos del cine de género negro, los paradigmas del neo-noir, apoyándose para ello en una sana mezcla de influencias tanto autóctonas como externas puesto que a pesar de que Gangs of Wasseypur no es una cinta de Bollywood al uso tampoco acertaríamos si la definiésemos como una obra noir de estilo occidental. Ese es precisamente el gran acierto de la película: la sabia mezcolanza de ritos clásicos y modernos de ambos lados del mundo que permiten cocinar un plato único y exquisito que degustarán los paladares más finos y selectos para fomentar la pasión por el cine total. Una magnífica guinda para un pastel de strawberry curd.
Todo modo de amor al cine.