El desembarco de Mélanie Laurent en Estados Unidos podía generar ciertas dudas, no tanto por la probada capacidad de la actriz tras las cámaras —demostró en su segundo largometraje, Respira, ser un talento en ciernes—, sino por un tercer largometraje que sembró la semilla de la duda —Plonger, cuya recepción fue bastante tibia— y, especialmente, por la contención de una creatividad artística que se ve, no pocas veces, coartada por los productores —y sino, que se lo digan a José Padilha cuando intentó terminar su Robocop en Hollywood—.
Lejos de estas consideraciones, Galveston se concibe más como un film en cierto modo germinal. Primer trabajo de Laurent en un terreno que no es el suyo —hasta ahora, la cineasta no había expandido su búsqueda más allá del ámbito dramático que suele integrar en sus films— y que en cierto sentido podría decir que se siente propio… o no. Y me explico: la clara vocación con que se concibe una obra como esta —que cuenta, además, con una novela escrita por el propio Nic Pizzolatto (en efecto, el creador de True Detective) como base— no es otra que la de componer un ejercicio de género que de alguna manera se encuentra en la línea de las adaptaciones cinematográficas de Dennis Lehane —entornos criminales, personajes involucrados en estos, arcos dramáticos que conecten con el thriller…—; la principal contrariedad que afronta el espectador en Galveston, no obstante, es una indefinición que por momentos se hace palpable de tal modo que uno no sabe si realmente está ante una pieza de género o un pretexto para preparar el drama personal de los protagonistas del relato. Es así como surgen las dudas acerca de si en la cabeza de Mélanie Laurent se encontraba una película, y en la del productor otra muy distinta; un hecho que repercute además de en la exposición que se pretende llevar a cabo, en una narración que no concreta sus decisiones hasta un epílogo que se siente, visto lo visto, un tanto forzado: no por intentar implementar temas que nunca termina de sugerir su desarrollo, sino por estar construido como un islote que parece alejarse del resto de la historia.
Más allá de la inconcreción que sobrevuela buena parte del relato, Mélanie Laurent compone con pulso un thriller regido por estímulos y construido con habilidad. La francesa demuestra en el manejo de la tensión y en el apartado estilístico que su pericia no atañe solamente a un género, y arma secuencias que, con poco, logran mantenerse en la cabeza del espectador. La virtud aislada de una obra que podría explotar mucho mejor su potencial si aprovechase ciertas decisiones o obtener el equilibrio necesario entre ambos polos.
Galveston podría quedar definida en una decisión tan extraña como confrontar el limitado registro de Ben Foster con la energía de una Elle Fanning que, sin hacer demasiados alardes, consigue llevar algo más lejos un personaje sin tantos matices aparentes. Pero una decisión que, al fin y al cabo, determina las distintas parcelas en que se mueve lo nuevo de Laurent: del thriller de arranques violentos, al drama sobre personajes perdidos —o perdedores— y segundas oportunidades que ya nos han contado tantas veces antes. Una mezcla que, de haber funcionado, continuaría confirmando a Mélanie Laurent —su mano para las secuencias de acción así lo indica, plano secuencia incluido— como una autora a tener en cuenta, pero sin embargo nos deja con un resultado correcto, esperando que la próxima vez sí, nos reencontremos con quien un día nos maravilló con aquella Respira, todavía imborrable y lejos de la cada vez más diluida huella de Galveston.
Larga vida a la nueva carne.