Gafas de ver (Manu Ochoa)

Como espectador, en la variedad está el gusto. Como arte, en la diversidad está la perfección. Géneros y estilos se unen en una amalgama de preocupación artística por contar historias, engrandecida por las diferencias que separan y a la vez unen los elementos con los que se crean las mismas. Bajo este planteamiento, el cinéfilo más entusiasta y apasionado por el séptimo arte constata que, contra todo pronóstico, el cine industrial no podría vivir sin el independiente; el de autor no podría hacerlo sin el de encargo; de igual modo que las superproducciones épicas no tendrían un barómetro objetivo si no echaran un vistazo a la salida a flote de los films de bajo presupuesto. Cooperadores necesarios, en fin, que, pese a sus diferencias, convierten a este entretenimiento en un gran abanico de posibilidades y oportunidades.

En España son fácilmente distinguibles las esferas en las que se mueve el cine: el industrial, de multisalas, subvencionado con créditos públicos, star-system nacional y merchandising; el independiente, con ampliaciones de límites geográficos, mirada denunciadora y libertaria, menor rango de producción pero igualmente sujeto a estructuras de producción industriales; el de guerrilla, de espíritu transgresor y reivindicativo ante la impotencia que provoca el elitismo del negocio, con rodajes express, poco o nada remunerados, de naturaleza efímera pero fuerte calado moral, humanista e implicador. Sin embargo, el cine de Manu Ochoa, más que formar parte de cualquiera de estas esferas, se enriquece de todas ellas y constituye el monopolio de una nueva por sí sola.

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Su labor y su bagaje creativo no solo vienen a ofrecer una mirada etérea y esplendorosa de sus habituales pulsiones, que se caracterizan por la ironía y el sarcasmo con el que aborda los lugares comunes y las problemáticas de la juventud aderezados por una aguda crítica social, sino que también coartan y ponen en jaque los cánones estándar y las servidumbres propias de proyectos carísimos donde hay muy poco de cine y sí mucho de gestiones financieras, administrativas, de rentas de equipo, llamadas telefónicas, planes de objetivos, publicidad, promoción agotadora y paso fulgurante por la caja registradora.

Decir que Gafas de ver es el quinto largometraje que Manu Ochoa estrena este año haría que cualquier jefe de producción, empresa productora, distribuidora y demás entidades que colaboran en el proceso compositivo, se echaran las manos a la cabeza. No más lejos de la utopía que supone mencionar semejante hazaña, que muchos escépticos rechazarían alegando sobrecarga de oferta e incapacidad de generar industria, este realizador es capaz de levantar películas con el mismo presupuesto que cobra cada semana el encargado de servir el catering en un proyecto de cine épico hollywoodiense.

Si estos tipos no hicieran cine, se les echaría de menos. Y si lo hacen se les echa de más. Simple y llanamente, hacen lo que quieren porque disfrutan haciéndolo. Porque reunirse un grupo de actores y actrices, ensayar un guión y filmar unas cuantas tomas puede llegar a convertirse en un ritual de celebración y felicidad por el natural acto de compartir. Y es este verbo el que más predomina en Gafas de ver, un recorrido geométrico y perpendicular por las calles de Madrid, abrazando la ciudad en sus diferentes formas y representaciones, mostrando de ella un tributo que recorre aquello que la hace tan bohemia y tan mística, trazando ecos de tributo que Woody Allen ya hizo con su vanagloriada Manhattan.

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Si bien en su anterior película Elvira apostaba por la unilateralidad y centralidad de su acción narrativa, a través de un personaje dominante y frontal, en esta propuesta reflexiona sobre el lenguaje interno a través de un interesante juego de tiralíneas telefónico, donde las conexiones confrontan un amplio espectro de caracteres envueltos en un enrevesada trama con aires, fuera prejuicios, de carácter hitchockiano. La disparidad de emplazamientos y el nutrido cruce de subtextos favorecen la dispersión de un relato que se multiplica como un cuello de botella caleidoscópico para así poder permitirse la licencia de fundir diferentes géneros y pasar, de un chasquido, del slapstick a la intriga y del drama al inciso cómico.

Fascinante resulta, a su vez, indagar en esas capas de cebolla que aparecen en forma de recurso al cine dentro del cine, inclinaciones autorreferenciales habituales en sus obras, de relaciones ficción-documental y de nexos de unión entre las diferentes cintas que configuran una filmografía de películas que nacen unas de otras, que se alimentan entre ellas (repetición de actores, esquemas narrativos, cruces de relatos entre personajes fugaces, etc.). Ese conjunto que se solapa y relaciona actúa como un contexto que mejora y enriquece cualquier acercamiento a su recorrido cinematográfico. Si bien el visionado de los otros títulos no es requisito sine qua non para seguir cada una de ellas por separado, es del todo recomendable.

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