Gabrielle llega a la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Gijón tras ser presentada oficialmente por Canadá en su candidatura hacia el Óscar de habla no inglesa, además de alzarse con el premio del público del pasado Festival de Locarno. Nos encontramos ante el segundo largometraje de la prometedora directora Louise Archambault quien ya había cosechado elogios con su anterior Familia, cinta con la que triunfó en el festival de Toronto de 2005.
El film se centra una joven que padece el síndrome de Williams, enfermedad en la que se manifiesta un retraso mental junto con una enorme alegría de vivir, y quien da título a la película. Gabrielle se enamora en el centro de ocio al que asiste de un joven llamado Martin, quien tiene una discapacidad similar. Juntos compartirán, además de una pasión por la música coral, una lucha conjunta por desarrollar su relación en libertad, topándose de lleno con el prejuicio social y esos enfrentamientos familiares reticentes a esa libertad emocional que buscan.
Gabrielle es un film que aunque nos sitúe en el primer plano de una historia de amor contada con mucha conciencia habla sobre la independencia, en esa pelea constante contra esos elementos externos que parecen no tomar percepción del fondo para dejarse llevar por ciertos escrúpulos sociales, fruto de una sociedad mezquina con aquellos que se distancian de la normalidad. Archambault precisa la historia en la figura de Gabrielle, la joven discapacitada que llegará a la determinación de adherirse a su autosuficiencia de lo sentimental, aunque su familia se oponga a darle la libertad ansiada.
Una historia que aunque de trasfondo dramático coquetea en algunos momentos con el ligero tono cómico, junto a unos segmentos musicales que de semblante acertado (excepto una secuencia final que parece chocar con la solvencia estilística anterior) pueden llegar a romper el espíritu minimalista, ese que sitúa en la narración la intención de la directora de expresar con la escena mucho más de lo que aparenta. Archambault lo tiene fácil para conseguir la empatía del espectador debido a la delicadeza del tema tratado, pero merece mención la perfecta sensibilidad con la que se plantea el relato, que hace que en un segundo plano se sitúen esas ínfulas tan de habituales hoy en día que parecen imponer esa estética “indie” perfecta para potenciar las presunciones autorales. Pero aún así, la película acierta a la hora de centrar la forma en la que se muestran el conjunto de emociones de Gabrielle, de manera tan realista y pura que además de mostrar un tono mucho más profundo de lo que parece, nos hace adentrarnos, con mucha sutileza eso sí, en la interioridad del personaje.
Que muchos de los actores, incluida la propia Gabrielle, sufran realmente de la discapacidad mental seguramente supuso un reto personal tremendo para la directora, dando pie a distinguir el consiguiente meritorio trabajo de realización, añadiendo además unas dosis de realismo muy gratificantes que se muestran en una naturalidad portentosa del trabajo de interpretación. Un relato que la directora utiliza para retratar lo cruel de un mundo distante a la diferencia, ese que muestra cierto egoísmo sentimental a lo diferente. Los momentos dramáticos no oscurecen un trasfondo ligeramente cómico, aunque el análisis crítico de la directora se encuentre en esencia durante todo el metraje. En pantalla se disfrutará en primer término de lo bien reflejada que está la inocencia de la pareja ante el sentimiento que se les aparece sorpresivamente, en contrapunto de la tacañería y el sobresalto ante aquello que nos es incomprensible reflejado en un séquito familiar demasiado lastrado por el prejuicio y donde Archambault pone el dedo en la llaga aunque sin excesos dramáticos.
La sencillez de una historia contada desde el prisma del realismo destaca por el reflejo emocional que supura de una búsqueda inocente de la libertad, en un campo de juego tan complicado como es el de un convencionalismo social que a veces nos impide empatizar con la inquietud interior de alguien no tan diferente a nuestros estímulos como se pueda llegar a creer.