Tamás se halla en una encrucijada emocional cuando Anna rompe con él. Desolado y contrariado, las emociones de su ruptura se unen a las frustraciones diarias de un trabajo que no le llena. Esta situación le lleva a recordar, explorando cómo se sintió en su infancia, adolescencia y juventud, las expectativas de aquella época y lo que ha quedado de ese Tamás, en un viaje introspectivo con el que trata de dar un sentido a lo que es ahora y a sus logros y fracasos en el amor y en la vida.
Bad Poems, la segunda película del húngaro Gábor Reisz, es una de esas obras que intuyen una cierta postura personal, más o menos ambigua en el contenido, pero que su director —y también actor principal— utiliza para volcar pensamientos propios o paralelismos sobre su rumbo vital. Los constantes escarceos fallidos de Tamás con el arte, sea a través de la poesía, la música o el dibujo, que atraviesan diversos momentos de su vida podrían interpretarse, en ese sentido, como una suerte de exorcización; como lo es tal vez el retrato de su adultez como un conjunto de caminos potenciales sin recorrer y sueños incumplidos. Si estos fracasos de la ficción esconden miedos e inseguridades en su propia realidad no es algo que se pueda saber a ciencia cierta viendo la cinta, por lo que esto es solamente una interpretación respetuosa de las posibles motivaciones que llevan a alguien como Reisz a elaborar un cuadro de estas características.
Donde destaca esta película, en cualquier caso, es en la enorme riqueza y diversidad de recursos que emplea para ir armando, como un rompecabezas, un retrato psicológico de su protagonista a través del tiempo. Desde sus cambios de escenario y tiempo, de una fluidez impresionante, hasta la inserción de todo tipo de recursos que expanden lo mostrado hacia lo metafórico y lo surrealista, como el hombre imaginario que declama los poemas románticos del Tamás adolescente o el reportaje en vivo que anuncia la formación de su banda, Bad Poems es un juguete fascinante por la falta de límites en su ambición visual y en su agilidad expresiva, como si de una animación se tratase. Su creatividad compulsiva asegura una experiencia memorable; sin embargo, también es la razón principal por la que a veces la conexión emocional falla o no se termina de concretar. En sus momentos menos lúcidos, se siente como una serie de brochazos aleatorios a un lienzo sin definir, buscando que alguno de ellos adquiera la dimensión deseada; es tan ágil y admirable en su empeño como fútil y superficial en esas ocasiones en las que el impulso creativo se queda en un guiño a la complacencia de un espectador que acepta la libertad expresiva de este juego, pero no necesariamente la profundidad emocional inherente.
Este desborde, siempre llamativo pero en ocasiones contraproducente y pesado, es un elemento que me hace debatirme constantemente al respecto de la capacidad expresiva de una narración que, por otro lado, es siempre empática, centrada en sensaciones reconocibles y con las que resulta fácil identificarse y que, en una dimensión más elevada, habla no solo de la recurrente crisis de un propósito vital individual sino, en un paralelo metafórico, de la identidad de la sociedad y de la nación que Reisz retrata a través del entorno de Tamás y sus discusiones cíclicas, una igualmente perdida que deambula en una suerte de madurez insatisfactoria, como un conjunto de ideales fracasados y de heridas sin cerrar. En esta cinta, de manera más o menos intencionada, hay mucho que extraer sobre todo aquello que rodea a su director, porque no existe en una abstracción de la realidad sino como una consecuencia de su ambiente y su estado de ánimo general.
Hay, sin duda, mucho que rascar de Bad Poems, tanto en lo que, claramente, quiere expresar, como en lo que de manera más ambigua y con más dudas sobre sus intenciones deja ver. Es una película que existe y se justifica en un trasfondo personal y cultural que permea, de una manera o de otra, todo lo que quiere representar a nivel emocional; y, por ello, su alcance es potencialmente muy grande y diverso. Lo que la retiene es, paradójicamente, su propia ambición desbocada por resultar visual y narrativamente llamativa; una demostración de compromiso artístico loable, pero que se traduce en una amplitud de recursos tal que no siempre lleva a seleccionar el más adecuado, dificultando el rumbo de su narrativa y la transmisión efectiva de sus emociones. El potencial, en cualquier caso, permanece intacto, y con él los elementos que pueden llevar a reflexionar esta propuesta más allá incluso de su alcance pretendido, y que enriquecen la experiencia más allá de las reticencias y limitaciones que se puedan hallar durante el visionado.