Tras algunos tropiezos y cabreos con algunas cintas embriagas por el “estilo Sundance”, un estilo que dejó de ser interesante, cuando decenas de películas clones son estrenan cada año y pocas son salvadas de la quema, decidí buscar cine independiente actual que tuviera la esencia que otrora tuvo: bajo presupuesto; que su BSO no sea un catálogo de grupos “indies”; con historias sencillas, realistas y creíbles; con unos personajes que no aprovechen la mínima oportunidad para demostrar sus enormes conocimientos intelectualoides y a ser posible que no hagan de su Síndrome Peter Pan o su inmadurez emocional la bandera en la que gira la trama. Y sin ‹bokeh›, odio el ‹bokeh›.
Y lo encontré. Hace tiempo escuché hablar de un subgénero que estaba teniendo algunos adeptos dentro del circuito independiente estadounidense: El ‹mumblecore›. Género bautizado por el técnico de sonido de la película que nos ocupa, al ver como los actores (no profesionales, por supuesto) más que hablar, murmuraban (‹mumble›) sus diálogos. Así que en los últimos días he estado viendo algunas películas que se suscriben a este movimiento (Your’s Sister Sister, HumpDay o Buscando un beso a medianoche) hasta llegar a la película que lo inició todo: Funny Ha Ha de Andrew Bujalski.
La película se centra en Marnie y en su grupo de amigos, todos jóvenes, que viven en Boston, y recién licenciados en la universidad, buscan su plaza en el mercado laboral a través de breves y frustrantes trabajos temporales. Esta época, a menudo olvidada en el cine, supone una de las crisis personales más brutales que podemos afrontar, porque rara vez se nos prepara para ello. Por supuesto sus relaciones amorosas no son cuadriculadas, ni estereotipadas; los personajes sufren y luchan por seguir encontrando pareja, sin caer ni en el sentimentalismo ñoño, ni en el dolor infrahumano.
Y ya está. Eso es lo que ocurre. La película empieza como si estuviera empezada y acaba como si faltara metraje, al fin y al cabo es un retrato realista de un momento de las vidas de estas personas. En sus vidas, como en las nuestras, no ocurren grandes eventos que nos cambian para siempre, sino que vamos madurando y adaptándonos a la realidad cotidiana. La película fue grabada en 16 mm, con actores no profesionales (entre ellos el mismo director) y con un sonido deficiente (este es su mayor defecto técnico). Podríamos llamarla de alguna forma una película amateur, aunque esto podría inducir a engaños por las connotaciones de esta palabra. Pero no se engañe, la dirección es buena, si tenemos en cuenta los medios que disponían, unido además a que la historia no necesita florituras técnicas para ser contada. El guión es realista, creíble e ingenioso, reflejando unos personajes complejos, con diversas aristas, pero siendo en todo momento verosímiles y cercanos. Esta proximidad hace que los actores que encarnan esta película, no desentonen en los papeles que interpretan y su condición de no profesionales, no es un hándicap que distorsiona la película. Además es de agradecer que el casting sea una muestra de gente normal, ni guapos, ni feos, ni altos ni bajos, este tipo de gente común y ordinaria que carece de lugar en la industria de Hollywood.
En definitiva, esta obra grabada en 2002 y estrenada en 3 cines de EEUU en 2005, que fue por el contrario un éxito de crítica, y lo que es más importante, precursora de una forma de hacer cine, que parecía que había desaparecido, una forma donde se premia el fondo a la forma, donde el amor a este arte de contar historias no se tiene nada que ver con el presupuesto que se tenga.