Ni que fuera como pequeño comentario, hablábamos de la evolución de Quentin Dupieux como cineasta. De simple generador de bromas fílmicas absurdas, divertidas, abruptas y con tendencia a un alargamiento innecesario de las tramas, a un cineasta más completo que, sin perder su toque personal, empaca cada vez productos más sólidos, más desarrollados en arco argumental. Quizás no tanto con mensaje, pero sí con algo que decir a modo, si se quiere, de cuentacuentos.
Fumer fait tousser, sin embargo, apela al primer Dupieux. Una especie de vuelta a los orígenes donde la narración es lo de menos. Lo importante aquí es el situacionismo primerizo, colocándonos de buenas a primeras en un mundo improbable donde existen superhéroes (con clara inspiración de los Power Rangers) dedicados en exclusiva, como si de una jornada laboral se tratase, a salvar el mundo. ¿Visión satírica del genero? Obviamente algo de eso hay, pero en realidad, tal y como se nos plantea la aparente trama, acaba por diluirse en otra cosa muy diferente.
El retiro espiritual del grupo no es más que una excusa para crear una suerte de cuento sobre los cuentos, con pequeñas historias digresivas, sin conexión aparente que nos interpelan, eso sí, hacia nuestra mirada como espectador en el sentido más inocente del término. Es la voluntad de transportarnos hacia el estado del espectador primigenio, que descubría el cine como forma de evasión aunque fuera a través de historias mínimas, de volver a esa mirada fascinada, a la pequeña sonrisa del descubrimiento de un artefacto novedoso e increíble capaz de transportar a mundos ajenos pero igualmente reconocibles.
Por eso podemos decir que Fumer fait tousser es un regalo, el homenaje que Dupieux hace tanto al cine como a los espectadores. Y para ello nos ofrece lo mejor de lo que dispone convocando a todo un ‹all-star› de intérpretes que han participado en sus anteriores films y volviendo al chiste inesperado, delirante pero como siempre sorprendentemente asumible dentro de unos parámetros de irrealidad plausible.
Más que una película es una celebración, un divertimento lisérgico que convierte el ‹storytelling› y al director mismo en una suerte de gurú demiúrgico empapado de ácido o, por qué no decirlo, que toser no sabemos si tose, pero que fumar sí lo ha hecho, mucho, pero más que tabaco ha abusado de “trocolos” malditos con resultados, eso sí, más clarividentes que alucinatorios.
Así pues, no diríamos que este es un paso atrás en la carrera del director francés, sino más bien un pequeño paréntesis, el propio retiro espiritual que se ha tomado en forma de película para volver a su origen, sin ninguna otra intención ni objetivo que no sea el de divertirse y divertirnos y a buena fe que lo consigue. Con ello concluimos que, quizás la Patrulla Tabacalera (nombre del grupo de superhéroes) y su jefe rata (uno de los personajes más locos de la filmografía del director, y ya es decir) no sean los héroes que merecemos, pero desde luego sí son los que necesitamos. Aunque vivan lo suficiente para convertirse en villanos.