Uno ve una película como Turist —Fuerza mayor si te vas a verla a Francia o la ves aquí en España— y entre tanta nieve casi llegas a sentir lo mismo que se siente cuando se mira al cielo en busca de estrellas en mitad de la noche (los de ciudad las tenemos que buscar). La inmensidad, el vacío, la soledad, pensar. El espacio es peor, no se oye nada; en la nieve, en cambio, puedes gritar, aunque yo no me la jugaría, no vaya a caerme un alud y ni gritar, ni saber dónde estás entre tanta nieve para respirar. Un poco como el espacio exterior, pero con gravedad, sin agujeros de gusano y… Hablemos de Turist.
Una perfecta, bella y simétrica familia sueca formada por una madre, un padre, una hija y un hijo, se encuentra de vacaciones de invierno en los Alpes y todo parece discurrir con normalidad. Esto es, esquían mucho, se echan largas siestas, conocen compatriotas en el hotel con los que compartir copas, cena y conversación, se suben al telesilla, suena El verano de Vivaldi y vuelta a esquiar entre cañones de avalanchas controladas. Hasta aquí todo normal (?), pero un día una de esas avalanchas controladas estalla demasiado cerca del lugar en el que nuestros protagonistas comen y se produce el desastre.
Turist obtuvo en 2014, antes de ser Fuerza mayor, los premios a mejor película y mejor guión en el Festival de Sevilla y ha sido nominada a cantidad de premios de diversas academias y festivales. Ruben Östlund, director y guionista, toca un tema por el que muchos otros realizadores han transitado y en el que algunos de sus compatriotas han destacado como maestros: el drama psicológico de una pareja —he aquí el “desastre” atisbado en el párrafo anterior—. Si bien, como le dice un personaje femenino amigo de la pareja protagonista a su interlocutor masculino, “tu generación es distinta de la mía, igual que la de tu padre es distinta de la tuya. Imagino a un chico de mi generación más preocupado por sus hijos que a ti y mucho más que a la generación de tu padre” (no es literal), lo que en este caso se traduce en que Östlund no se olvida de los hijos a la hora de abordar los problemas del matrimonio protagonista, ni al tratar otros temas recurrentes relacionados con esta institución social, como sí hacían otros.
Entre el elenco destaca el pelirrojo Kristofer Hivju, aparte de porque sea el actor más reconocible de la cinta, porque aporta un rostro de comicidad en varias escenas tensas durante la segunda mitad de la cinta, en las que muchos hombres y mujeres se pueden llegar a sentir identificados. Fuerza mayor funciona gracias a sus golpes de humor controlados, como las avalanchas generadas en la estación de esquí. Pocos golpes generan la carcajada en el espectador —alguno lo consigue—, sin embargo tiene pequeños detalles escondidos en cada escena que harán las delicias de aquellos que presten atención, porque son situaciones comunes que se viven a menudo y a las que sólo a través de la pantalla se comprueba lo estúpidas que pueden llegar a ser, o no. Asimismo, Östlund sabe jugar con los papeles preestablecidos en la escala familiar de valores actuales y es ahí donde la película funciona como una bomba de relojería (¿o debería decir cañón?) en la que, como suecos genéricos, todo parece ir bien exteriormente, pero por dentro el minutero hace tic tac, esperando para explosionar.
Recomendable, Fuerza mayor aporta una visión mordaz de la sociedad actual y de sus roles familiares; tensa, relajada y cómica a partes iguales, lo es de una forma seria y natural, muy bien dirigida, interpretada y mejor escrita. Que aprendan los guionistas de series españolas: no es necesario hacer a los hombres rematadamente tontos y a las mujeres extremadamente cultas y sensatas para sacar a relucir cómo somos cada uno. Nadie se arrepentirá, hacedme caso. Hombres y mujeres lo agradecerán. Y si no, me voy corriendo y ahí os quedáis…
P.D. ¿Cañones para crear avalanchas controladas? No sé si se llaman así, pero no estoy muy puesto en el tema y al final el uso de este término me ha venido hasta bien.