Dos parejas de amigos polacos con hijos —un matrimonio y un divorciado con su nueva novia— quedan para pasar un fin de semana relajante en la isla danesa Bornholm, lugar idílico de encuentro de camperos repleto de opciones de ocio para todas las edades y perfecto para vivir tanto en solitario como en comunidad. Sin embargo, desde el primer día empiezan a surgir problemas que afectan a los hijos y se convierten en problemas entre los adultos, tanto entre las amistades como en las parejas, amenazando con destruir su solaz veraniego y el descanso propio de estas fechas.
Utilizando este argumento algo visto como trama de Fucking Bornholm, la directora y guionista polaca Anna Kazejak no solo busca cuestionar las bases que sustentan el machismo, el concepto de pareja o incluso el de familia nuclear (que empuja a la mujer hacia el papel de buena madre, amiga sonriente y esposa dadivosa), sino que pretende hacerlo desde la incomodidad, la toma de decisiones erróneas y, como para hacer daño, desde una representación de las relaciones entre personas heterosexuales cuarentonas un poco dañina (porque no te cae bien ni la pareja protagonista ni la persona adulta más joven, que encima es psicoanalista).
Comparada con Un dios salvaje o con las películas de Ruben Östlund, Fucking Bornholm no consigue ser tan incisiva como aquellas ni encuentra en sus diatribas y cavilaciones la suficiente agudeza o bilis como para destacar como una obra con personalidad propia, si bien visualmente Anna Kazejak es más que capaz de convertir un ambiente a priori idílico en uno desagradable para volver a hacerlo idílico según le convenga.
Sin embargo, en lo puramente argumental, a veces cuesta entender las acciones y reacciones de los personajes, así como sus posiciones en el grupo de amigos que forman, pues en él no existe evolución apenas, a pesar de que ocurren muchas cosas que hacen que las relaciones vayan a peor. Principalmente porque todo parece estar ya lo suficientemente mal al principio de la película; la evolución de los hechos y sus correspondientes reflexiones resultan, debido a esto, más monótonas que sorprendentes u oscuras.
Fucking Bornholm se queda en tierra de nadie, en realidad, entre la coralidad veraniega de Pequeñas mentiras sin importancia y un individualista Ruben Östlund sin tantas ganas de epatar ni de ser el más listo de la clase. Uno lamenta, un poco al menos, que no se atreva a más en su interés por ofrecer un montón de emociones, porque, al intentar mantener su mirada en el realismo, se acaba la perturbación que apareció al principio de la trama para convertirse en un drama sentimental sobre las relaciones de pareja (y las “amistades” de toda la vida acechando) más interesante que sustancial.
En definitiva, Fucking Bornholm está escrita y dirigida con mano firme y eso se nota en el resultado final, siendo atractiva en muchos momentos del metraje. Dicho lo cual, a la película a veces le falta sutileza (especialmente con la historia de Hubert, el marido) y es algo predecible cuando los protagonistas dejan de ser padres para convertirse en parejas. En cualquier caso, la obra de Anna Kazejak busca en todo momento mantener cierto humor negro que la dota de una atmósfera algo distinguida y que funciona según sus convenciones… como muchos matrimonios y grupos de amigos que ya están aburridos de sí mismos, pero siguen quedando por la inercia de la rutina y por evitar tener que pensar. Porque, como decían en Los Simpson, cuando papá y mamá ya no tienen nada de lo que hablar, se dedican a criticar a otras parejas, y para eso Fucking Bornholm es perfecta: todo es digno de crítica, objeción o cuestionamiento.