La escena de apertura del nuevo trabajo de Nadav Lapid (la grabación accidental de un festejo de boda) sirve para ilustrar una paradoja que el propio protagonista, fotógrafo de dichos eventos, verbaliza en los primeros minutos de metraje: ese encadenado de imágenes caóticas e inconexas (en esencia, todo lo que pasó por la lente de una cámara que teóricamente estaba apagada: techos, suelos, pies…) había logrado capturar, de forma imprevista pero completamente genuina, el significado oculto de dicha celebración, del matrimonio en sí mismo, que uno traduciría en ansiedad, confusión, desconcierto. Sensaciones más o menos soterradas, si bien auténticas, que se contraponen al simulacro de las grabaciones de boda oficiales en las que destaca el protagonista, encargado de elaborar una imagen idealizada que perdure y entierre, por la vía de la impostura, el malestar interior de los novios que acaban de contraer matrimonio. Ese desconcierto que mencionábamos, muy presente en su cine (recorría La profesora de parvulario de arriba abajo), vuelve a instalarse en el ADN de este mediometraje incómodo y difícil de catalogar, marcado en buena medida por un hermetismo psicológico que desafía las expectativas del espectador, entregado a la complicada tarea de descifrar las turbulentas y enigmáticas mentes de los personajes que por allí aparecen.
Quienes acusaron a La profesora de parvulario de poseer una narración más bien caprichosa, podrán afilar los cuchillos con From the diary… Abordando un registro mucho más forzado que en aquella cinta, Lapid expone las tribulaciones y reflexiones de este particular fotógrafo de bodas mediante pequeñas situaciones y diálogos que bordean el absurdo, con algunos momentos de inquietante honestidad (incluso de cierta violencia física y mental) que ponen en tela de juicio la verosimilitud de lo narrado. Es potestad del espectador asumir que el director no pretende buscar el realismo, sino cierta forma de desvelar los demonios interiores que subyacen bajo el sacramento del matrimonio, cuya carga los contrayentes asumen (particularmente las mujeres: es una obra que hace más hincapié en la psicología femenina que en la masculina, en mi opinión) con la sensación de estar poniendo puertas a muchas oportunidades de futuro, cuando no cediendo ante el peso de prejuicios y condicionantes (sociales, religiosos, familiares…) que poco tienen que ver con el amor.
Estéticamente, el israelí vuelve a despistar con un planteamiento muy estilizado y magnético que juega con el punto de vista (falsos planos subjetivos que se rompen de forma inesperada), intercalando también pequeños planos secuencia con primeros planos que reflejan la tensión psicológica que sufren los personajes. Aunque visualmente potente y atractiva (incluso enigmática: te va arrastrando y no sabes muy bien hacia dónde), la cinta finalmente decepciona al no saber plasmar del todo bien la desesperanza y lucidez de sus reflexiones en la carne de unos personajes que se sienten, a menudo, demasiado alejados de la realidad, movidos por la mano errática de un demiurgo (Lapid) que los pone al límite de sí mismos en un contexto en el que dichos límites se antojan algo exagerados (o simplemente incomprensibles). Deja, en cualquier caso, un poso de amargura y verdad nada desdeñable, y una interesante disertación sobre hasta qué punto la convención social del matrimonio atenaza el fluir natural del sentimiento amoroso, repentinamente amenazado.