Película de lo mejor que le puede pasar a un festival de estas características que se ofrecerá como carnada para revisitar y remover una amalgama de géneros inclasificables pero que sobre todo —además de un dolor de cabeza seguro— dará que hablar tanto a profesionales como a cinéfilos empedernidos por sus radicales giros de guión.
Lo que se antoja ser una película de suspense sin mayor trascendencia resulta ser un desafío al cine generacional en toda regla. No sólo por ser una cinta evocadora de los títulos de acción de los 80 con excesiva sobrecarga de testosterona, sino por ser premisa de una situación y acabar resultando otra completamente, ya no diferente, sino disonante con la presentación de su trama.
Muy alejada del inicio del film en su ulterior evolución y desenlace, Cold in July es un ejercicio arriesgadísmo de completa desfachatez, en el buen sentido del término, que sin complejo alguno da como resultado dos películas disociadas la una de la otra rompiendo los esquemas del incrédulo espectador. La cinta de Jim Mickle presenta efectivamente dos partes del metraje diferenciadas entre sí y la principal cuestión radica en saber si existía tal necesidad. En todo caso es muy posible que no deje indiferente a nadie, para bien o para mal.
Una pareja duerme, se oye un ruido, ella le despierta. Él (Michael C. Hall) se levanta, recorre el pasillo y en un instante se produce un disparo. Al otro momento hay un cadáver tendido sobre el sofá del salón. No han transcurrido 24 horas y sabremos que el padre del ajusticiado (Sam Shepard) se verá motivado únicamente por vengar la muerte de su hijo. Y empieza la película. La de una historia que dará varios giros de guión sobre sí misma, con más o menos acierto según la tolerancia de cada quien. Si entendemos que es una revisita y en cierto modo homenaje al cine ochentero de Carpenter, podrá ser que Cold in July nos embauque a muchos. Pero también es cierto que el público es el animal más difícil de domesticar y de congraciar en cuanto al cine en general se refiere y al de Jim Mickle en particular atañe. Puede haber pronunciamientos en varios sentidos. La película puede parecer desde una caricatura o bufonada de aquel cine, hasta un revival de muchos títulos de aquélla década como también una enfatización del género sin mayor pretensión. O un simple homenaje.
Sobre que Cold in July es una película atrevida no caben dudas. Ahí radica su mérito y demérito a la vez, porque defraudará a tantos como encandilará a otros, seguramente a partes iguales. Pero además se apreciará irremediablemente como una cinta kitsch, una gran horterada, que dará lugar a momentos de bochorno inevitables y de confusión máxima. Es, en efecto, impredecible, progresivamente violenta, demasiado extraña y posiblemente pueda provocar impaciencia entre el público. Gira sobre un pretexto que abandona para derivar en una solución final ni convencional ni desde luego convicente. El potencial de esta película radica tanto en su poderoso arranque como en su giro de tuerca posterior. Otra cosa, es que ese guión se retuerza sobre sí mismo de manera grotesca cuando ya ha habido demasiada sorpresa antes. De hecho es fácil entender que cualquiera piense que empezando por ver una historia de justicia y venganzas comunes la cosa se convierta en algo completamente disparatado que pierde las formas desbocándose como un caballo sin riendas.
Si es esto un arma de doble filo o no deberá decidirlo el espectador. Personalmente, interpretando la cinta de Mickle como un homenaje al cine que más le apetece evocar, considero que Cold in July merece una oportunidad por al menos desarrollar una heterodoxia absolutamente inesperada. Cold in July es una novedad y algo a lo que no estamos nada acostumbrados. Por otra parte, guste o no, mantiene al espectador totalmente atento a la pantalla y al discurrir de una trama narrada con solvencia en su primera parte y gracias al buen hacer de sus tres intérpretes masculinos (añadiendo a Don Johnson a ese trío tan extraño) con mucho vilo por desenredar. Si abruptamente se precipita hacia un desenlace de enredos malsanos que achican la interpretación de sus actores al cine de matones y pistoleros, lo hará siguiendo su única tendencia coherente, que consiste en sorprender por sorprender sin reparos ni pudor. La estridencia de los personajes en sus relaciones es otro añadido al cóctel de ingredientes que ningún otro cineasta (al uso) osaría mezclar entre sí. Por eso, la irrupción de Don Johson será el acabose, pareciendo salido de otro set de rodaje, con botas de cowboy, Cadillac rojo incluido y un socarrón sentido del humor que, sin venir a cuento, sin embargo será de agradecer. Cold in July da muchísimos pasos en falso. Sus cambios de rumbo están seguramente buscados conscientemente y llevados al límite de manera que rozará la parodia en muchos momentos. No sólo cambia el argumento y su trama, sino la manera narrativa y lenguaje en sí. En efecto, recordaría a cualquier cinta en la que dos directores se hubiesen repartido una primera y una segunda parte. No encajan entre sí. Pero eso le puede sumar enteros. Mickle nos da dos películas en una.
Habrá que mencionar, para ir finalizando, que el papelón que nos regala Michael C. Hall es de los buenos, buenísimos. Shepard poco pinta. Johson, aunque llegado como un alienígena a la trama, es también un personaje de agradecer aunque entre todos compongan una especie de banco de tres patas. Por otra parte, las recreaciones y revisitas al cine ochentero están siendo un acontecimiento evidente en las carteleras recientes. Buena muestra de ello es Cold in July, pero también The Guest, de Adam Wingard —también reseñada en esta web— y, en cierto modo, coincidente con aquella en varios aspectos. Se repetirán clichés del cine de aquélla década manoseados hasta la saciedad pero que repito, no incomodarán al respetable si se entiende como puro homenaje a los 80 y a subgéneros de serie B que Mickle lleva con holgura y sin complejos a competir con el cine independiente. Se reverencia un deplorable sentido estético y un inconstante hilo argumental pero partiendo de lo esencial del cine B para de alguna manera reivindicarlo. De la tensa calma inicial parasaremos a la violencia más gratuíta como si una guillotina diseccionase la cinta en dos. La carretera del pueblo a Houston, la gran urbe, será el recurso estilístico que nos traslade de escenario y de película. Si en el pueblo impera el sentido de la culpabilidad y la moral en su personaje principal, en Houston, Cold in July nos moverá a la realidad de las peores perversiones del ser humano.
En definitiva, la desvergüenza de Cold in July puede suponer su salvación, pero también su propia autodestrucción. Y una tercera opción: la imposibilidad de clasificarla. De ahí su neutro 6,54 según las votaciones del público de Cineuropa. Yo, sí la recomiendo. Pero prepárense para una entretenida bufonada.