Sería muy fácil meter en el saco “indie” a una película como Fremont. Ya no por su vocación de película modesta en cuanto a producción o presupuesto, sino tambien por ese despliegue temático habitual donde la intimidad, el humor agridulce y las pequeñas historias toman cariz de manual de trascendencia para tiempos modernos desesperados. El asunto está en que, efectivamente, Fremont es un film independiente, cierto, pero que huye con su buen hacer de la etiqueta, ahora ya casi peyorativa, que envuelve a este tipo de cine.
Y es que bajo la dirección de Babak Jalali (reciente ganador de Karlovy Vary) todos estos tópicos argumentales cobran una nueva dimensión. Ciertamente no hay nada apoteósicamente original, pero si un bonito trabajo formal en su propuesta de blanco y negro, y un acercamiento entrañable tanto a los personajes como a sus inquietudes y conflictos emocionales. Lo que se consigue pues es que, a pesar del artificio proyectado, todo se sienta natural, que incluso la ausencia de color resulte adecuada para reflejar un estado de ánimo que va desde la indiferencia vital, a una tristeza melancólica y algo inexpresiva.
En este sentido se rehúye voluntariamente de la explosión dramática en favor de una especie de conformismo de la derrota que, sin embargo, no se siente como desesperanzado sino más bien valiente en la búsqueda tranquila de respuestas. Soluciones a problemas como el desarraigo, la soledad o la falta de integración que se abordan desde un enfoque que por momentos parece “bressoniano” pero que prescinde de la trascendencia solemne del director francés en favor de un humor irónico que nunca cae en el sarcasmo desencantado del naufragio de la desesperanza.
No es que estemos ante un film redondo, de hecho podríamos hablar más de momentos por encima de una continuidad fílmica. A pesar de su ajustado metraje hay tramos encallados, en que no sabemos hacia donde se progresa y se da vueltas en subrayados emocionales y temáticos ya aclarados. Sin embargo, es a través de estos momentos inspirados donde el film alza el vuelo hasta el punto de hacernos olvidar estos baches que pudieran lastrar el ritmo de la película.
Sin duda estamos ante una obra que consigue ser transversal en el sentido de su capacidad para tocar distintos palos temáticos sin perder nunca el foco. No hay aquí pues desavenencias entre los múltiples aspectos retratados sino que se entretejen delicadamente, creando un todo sensible y, lo más importante, absolutamente verosímil.
Como decíamos, quizás no estemos ante una obra que “descubra” nada nuevo, pero sin duda esta no es su intención. La idea es empacar una historia pequeña, mínima si se quiere, sobre esas personas anónimas cuya mayor heroicidad es justamente sobrevivir bajo el anonimato, cuyo sufrimiento siempre pasa desapercibido. Desde luego no sé si estamos ante una película para pasar a los anales de la historia del cine pero sí que tiene la suficiente potencia para quedarse en la retina, en la memoria e incluso en el corazón. Una película humana que, desde luego, merece recordarse, sentirse e incluso preocuparse cariñosamente del devenir de sus personajes.